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OPINIÓN - DOMINGO, 14 DE DICIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

La lolita y Javier Martínez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Son dos anécdotas que me tocaron vivir ayer y que les voy a contar en presente.

La sala de estar del hotel Tryp está abarrotada de público. Desde las doce de la mañana no cesan de entrar y salir personas que esperan conocer el desenlace de la Asamblea que los socialistas celebran en la planta quinta del establecimiento. En esa sala permanecen militantes que no han sido admitidos en la refundación del partido. Les acompañan familiares y conocidos. Se oyen comentarios para todos los gustos.

Regreso al hotel a las dos de la tarde acompañado por Blas Rosua y se nos une también Mohamed Chaib. Los tres nos acodamos en la barra de la cafetería. Situación idónea para divisar perfectamente lo que nos tememos que suceda en cuanto Salvador de la Encina salga del ascensor y se dirija hacia la calle.

La primera anécdota es la siguiente: Javier Cuenca, periodista él, a quien siempre he tratado lo mejor posible, se presenta acompañado por una mujer que viste como una lolita. Y además trata de parecerlo. Así que no duda en gesticular como una ingenua y hasta se contorsiona convencida de que puede perturbar a quienes estamos allí. Ofrece sonrisas de colores encendidos, dejando entrever que, si se lo propone, todos podríamos ser manipulados por sus poderes de nínfula.

Lo que no sabe es que, desde el primer vistazo, coincidimos en que el disfraz es tan ridículo que produce en ella el efecto contrario: más que lolita da la impresión de ser una mujer ajada por el paso de un tiempo que ni los mejores afeites ni las prendas para adolescentes pueden disimular. Está horrible. Y sin sitio.

De pronto, se echa abajo del taburete y se encamina hacia Chaib. Le entrega el teléfono portátil y le dice si puede hacerle una fotografía junto a mí. Hombre, mira que bien. Le respondo. Menuda satisfacción me has dado esta mañana. Conseguido el daguerrotipo, regresa, toda ufana, a su sitio. Y es cuando se jacta de haber conseguido ganarle una apuesta a no sé quién...

La observo detenidamente, y dejo pasar un tiempo prudencial para decirle, de sopetón, que tiene la edad en la boca. Se queda perpleja. Y cuando está más confusa, insisto en lo mismo. Titubea. Está a punto de insultarme. Pero termina por decir que hará todo lo posible por mirar la frase en internet, a fin de conocer si es verdad que significa lo que yo le he dicho. Se le nota, a la legua, que es tan inculta como malintencionada. Y ha creído que lo de tener la edad en la boca, en su boca, copia ridícula de la de Marilyn, era una procacidad. Y se descubre. Ha caído en su propia trampa. Haciéndole un flaco favor a quienes dice defender de mis ataques. Me reservo su nombre, claro. Pero si alguien tiene ascendencia sobre ella, en Comisiones Obreras, por favor, que le aconsejen que nunca más se disfrace de lolita.

La segunda anécdota fue la que uno nunca quisiera contar. Cuando De la Encina apareció en la sala caminando hacia la calle, le dijeron de todo. Impropios. Tampoco se libraron varios miembros de las juventudes socialistas. Quienes dieron una lección de hombría y formación. Y pudimos oír, pues estaba junto a nosotros, a Javier Martínez arengar a los blasfemos y recomendarle a Calleja –creo-, quien pedía calma, que dejara actuar a los exaltados. Y lo hacía tapado en el olivo de la cobardía. Javier es inspector de Educación.
 

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