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                     Aún laten en nuestra memoria los 
					fastos y discursos autocomplacientes con los que, los que 
					viven de la cosa pública, celebraron los treinta años de 
					nuestra irreal Constitución. 
					 
					Alharacas institucionales, tanta sobreactuación que, los 
					mandamases parecían tangueros argentinos y enorme gozo para 
					el pueblo soberano, mayormente por el puente. Porque, para 
					que nos vamos a engañar, ante el almíbar y las glosas 
					onomatopéyicas acerca de la más Magna de las Cartas o 
					Faro-que -¿guia?-nuestro-Ordenamiento-Jurídico. Ante el 
					pamplineo y la pamplinería de los actos con loas a los 
					padres del invento. Ante tanta parafernalia, el sentir real 
					de la España que madruga. Y usa bonobús o bonometro para 
					ahorrar en carburante y aparcamiento. Ahí, ahí les buscan y 
					les encuentran, ahí, ahí, me buscan y me encuentran en mi 
					realidad de la barriada de el Palo malagueño, más 
					desconfiados, en general, que un pavo oyendo una pandereta. 
					Porque sabemos la verdad subyacente en tanta conmemoración y 
					tanta palabrería. Y la verdad pasa por un inmenso 
					sentimiento de frustración por las promesas rotas y por los 
					contratos, firmados en las urnas que, con el tiempo, se 
					incumplieron y quedaron en mera apariencia. Eso sí, una 
					apariencia de impecable corrección política e impagable en 
					concepto de buena imagen y marketing público. 
					 
					¿Qué si hoy me encuentro en plan nihilista y porculero? No. 
					Nada de nihilismo, ni de fatalismo, tan solo llamar al pan, 
					pan, al vino, vio y al jamón, el amor platónico de nuestros 
					frigoríficos. Que los arreos del puchero mágico de nuestro 
					ADN hispano, son avíos y pitanza de grandes esperanzas, 
					inmensas rebeldías y un amor total por luchar por derechos y 
					libertades. Porque, lo apasionante de los retos, es luchar 
					por ellos. Y mucho nos queda por luchar a este pueblo 
					español, heredero de la testiculina de Don Pelayo y acunados 
					por la Santina, para lograr que, esos tipos a quienes 
					aseguramos sillón y jornal cada cuatro años, reconozcan que 
					hay mucha mentira institucionalizada y mucha palabrería 
					hipócrita en negro sobre blanco, letra redondilla y número 
					de artículo por delante , eso sí, muy bien redactado todo y 
					con unos buenos propósitos del carajo. Buenos y 
					evanescentes, con la consistencia real de una ventosidad 
					solapada de mala digestión de fabada con su pringá. ¡Prrfff!. 
					 
					¿Qué musitan con expresión de franca hostilidad? ¿Me dicen 
					que ponga un ejemplo? Vale. El derecho a la presunción de 
					inocencia del manido y desgastado artículo veinticuatro. 
					¡Vive Dios! ¿Por qué claman en comandita? ¿Piden por un 
					causal el aguinaldo? A mí que me registren, si me dan la 
					mano luego les aconsejo que se cuenten los dedos, pero en 
					verdad yo también me parto el pecho de risa cuando oigo la 
					ñoña coletilla jurídica “En virtud del principio de 
					presunción de inocencia”. ¡Ahh! ¡Ahh! (río con discreción 
					tapándome la boca con la lima que aconsejo utilizar a los 
					“presuntos inocentes” para salir de los calabozos 
					pestilentes, porque, por derechos constitucionales no salen 
					ni con alas). Comicidad, sano divertimento, gozo y jolgorio 
					para los telespectadores cuando, en los telediarios, nos 
					premian con imágenes televisadas de actuaciones policiales, 
					concretamente cuando detienen a los amparados por la 
					presunción de inocencia, les ponen las esposas y les pasean 
					ante las cámaras y los focos, para morbo y disfrute del 
					personal. ¡Qué juerga cuando, creo que fue en aquella 
					inmensa Ballena Blanca, que quedará en jurelillo, sacaron de 
					un despacho de abogados muy abolengoso, esposado a “todo” el 
					personal ¡. Abogados, oficiales, auxiliares, telefonistas, 
					señoras de la limpieza, familiares del dueño, las mujeres 
					llorando y los hombres desencajados bajo los flashes, 
					arruinadas vidas y honras de presuntos inocentes. ¿Y el 
					cachondeo de la Malaya cuando España seguía el procedimiento 
					judicial por el “Aquí hay tomate”?.¡ Ahh! ¡Ahh! ¿Y el 
					alcalde Barrientos de Estepona paseado engrilletado y ahora 
					su madre de ochenta años procesada y publicitada como 
					testaferro de su hijo? ¡No vean como estará la vieja con la 
					acusación y ella, tan buena mujer y tan ancianita, pregonada 
					en los periódicos!. 
					 
					Se ve , se siente, que el derecho a la presunción de 
					inocencia, al honor y a la intimidad, están presentes. 
					Procedimiento Penal español: Acción Policial ante las 
					cámaras, refocile en la sobremesa, nuevo pase de inocentes 
					bajando de los furgones en los juzgados, juerga en la 
					merienda, pase final del auto de prisión, plano general del 
					Centro Penitenciario, impresionado respeto ante la imagen de 
					jueces y fiscales que van con ademán solemne y altivo a 
					desayunar un café y un mollete antequerano con jamón y 
					queso. Primer plano de familiares llorosos de los 
					encarcelados. Tertulia de casquería del corazón con los 
					autos judiciales en mano y las pedorras y pedorros que viven 
					de parasitar desgracias, convertidos en fiscales y jueces. 
					¿Justicia o linchamientos mediáticos? ¿Quién va a tener los 
					cojones de absolver a tipos o tipas que ya han sido juzgados 
					y condenados en los programas de la frivolité?. Pero, para 
					sadomasoquistas, la Malaya, la Hidalgo, la Ballena Blanca, 
					Rumasa, Mario Conde, la crucifixión del alcalde Barrientos, 
					canela fina, carnaza sanguinolienta y fétida. ¿Qué hable de 
					más Grandes Derechos y Principios cuya mención provoque la 
					carcajadota grosera? Vale. Más adelante. Pero tan solo por 
					dignidad, tras los espectáculos bochornosos de los últimos 
					años, con criaturas machacadas en las televisiones, con 
					escarnio y vilipendio, crueldad y juicios paralelos 
					consentidos y aplaudidos. Tan solo por esa ignominia 
					pública, el treinta aniversario, mejor dejarlo pasar. No 
					vaya a ser que la gente se pare a pensar. Y se coma las 
					túrdigas de rabia. Y reaccione. Mejor haberlo dejado estar. 
					Calladitos… 
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