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OPINIÓN - JUEVES, 18 DE DICIEMBRE DE 2008

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Viernes con Dulce

Por Voluntario Anónimo de Cruz Blanca


Padre nuestro que estás en los cielos”, balbucea una mujer sentada en su silla de ruedas, una mujer triste, cansada, ausente, a la que llaman Dulce.

Me acerco a ella, la miro y me pregunto: qué estará pensando, qué estará soñando. ¡Oh dulce!, una mano marcó tu vida. Yo intento tocarte; tú te asustas, reaccionas con miedo…¿no ves que quiero darte las caricias que nunca recibiste?, ¿no ves que quiero colmarte de besos tibios, suaves, amistosos?...Yo, triste, tras tu reacción, me alejo; tú más triste, tras la mía lloras, y sigues con el rezado, “santificado sea tu nombre, hágase tu voluntad aquí en la tierra”.

De nuevo es viernes, como en vuelo regreso al voluntariado. Soy recibido por el Hermano Ángel; el me lleva hasta la habitación de Dulce. Antes de entrar, me advierte que está muy nerviosa, que tenga cuidado con sus dientes.

Entro, noto que me reconoce y, sin miedo, me siento a su lado y empiezo a cantarle un poema de Machado, “Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido”.

Ella me mira y me susurra ¡gracias!, me coge las dos manos para que no me vaya, y, apoyando su cabeza en mis rodillas, continúa con el rezado “danos hoy nuestro pan de cada día”.

Su voz se va apagando tranquila, se calla, la miro: silencio…

Dulce se ha dormido confiada.
 

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