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sociedad - DOMINGO, 21 DE DICIEMBRE DE 2008


diario del AS del 7 de junio de 1976.

Reportaje
 

Historia de un soborno
en los años 70

El Mallorca era un equipo venido
a menos en todos los sentidos
 

CEUTA
Manuel de la Torre

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Parece ser que a alguien le interesa en estos momentos tirar de la manta sobre partidos amañados y han salido a relucir dos cuyos resultados tuvieron en su día influencias decisivas para que terceros equipos en discordia vieran cercenadas sus posibilidades de mantener la categoría o de ascender.

El primero fue el que jugaron Levante-Athletic en la temporada 2006-2007. Ganaron los vascos por 2-0 y este resultado les proporcionó su permanencia en la División de Honor y le costó al Celta el descenso. El segundo, en la temporada 2007-2008, tuvo como protagonistas al Málaga y al Tenerife. Ganaron los malagueños y la Real Sociedad siguió siendo equipo de Segunda División A.

Debido a declaraciones telefónicas grabadas a varios protagonistas de aquellos partidos, los medios han visto un filón en ellas y no han dejado de enredar hasta el punto de que los políticos, siempre atentos a participar en asuntos donde poder figurar mucho sin el menor desgaste, han comenzado a decir que apoyarán cualquier investigación porque este tipo de prácticas debe erradicarse del deporte y así hasta que nos terminen contando el cuento de alfajor.

Al final todo quedará en agua de borrajas. Pero si hay algún escarmiento tengan ustedes la completa seguridad de que el castigo recaerá sobre los jugadores Iñaki Descarga y Jesús Antonio Mora ‘Jesuli’. Por irse ambos de la lengua ante personas que les ofrecían confianza y que buscaban, sin embargo, paliar en gran medida los fracasos de una gestión carente de éxito.

Ni me extraña ni me sorprende lo acontecido. De ningún modo. Lo que sí me parece calamitoso y ridículo es que los periodistas no sepan que fue en España donde se descubrió el primer soborno de Europa y que sí intervino un juez en el caso donde fue posible coger con las manos en la masa a los sobornadores. Por ello he decidido que se publiquen estas fotografías, como ilustradoras del texto, que evidencian lo sucedido en Palma de Mallorca, en la temporada 75-76. Siendo quien escribe el entrenador del equipo bermellón. Finalizado este largo introito, vayamos con el relato del triste hecho acaecido.

El Real Mallorca de la temporada 74-75


Era un equipo venido a menos en todos los sentidos. Aunque seguía siendo algo más que un club para los palmesanos. Pues ser presidente del equipo bermellón era la aspiración de mucha gente. Pero se necesitaba mucho dinero o mucha osadía para hacerse cargo de las deudas que arrastraba la institución tras haber dimitido el barón De Vidal. Un rico que se había cansado ya de poner dineros sin recibir a cambio satisfacciones de ningún tipo.

Antonio Seguí fue el atrevido que dio el paso adelante y accedió a la presidencia convencido de que iba a poder resolver la enorme papeleta que le habían endilgado el extravagante De Vidal. Era Seguí un constructor de nueva hornada que había hecho fortuna construyendo en tierras de Granada y quería darle lustre a su apellido y darse a conocer, en la mejor sociedad mallorquina. Y para ello, en aquel tiempo, nada mejor que dirigir los destinos del ‘mallorqueta’.

El Mallorca contaba con una plantilla compuesta por futbolistas procedentes de la Primera División y estaba situado en los últimos lugares de la clasificación en una Segunda División A muy fuerte. Muchos de ellos tenían un contrato alto, en aquel tiempo; pero a medida que pasaban los meses se daban cuenta de que ni cobraban los atrasos de la temporada anterior ni tampoco veían un duro en la presente. Se tenían que contentar con los anticipos que habían alumbrado la llegada del nuevo presidente: el ya reseñado Seguí.

La temporada 74-75 era yo el entrenador del Algeciras. Cuando un buen día recibí la llamada de Marc Verger; jefe de deportes del ‘Diario de Mallorca’ y que se conocía al dedillo mis andanzas como entrenador de quien decían estaba especializado en salvar equipos del descenso. No en vano yo había hecho ya de ‘milagrero’ en diferentes sitios; entre ellos estaban Las Baleares.

Dado que yo no me encontraba a gusto en Algeciras, pacté con Pepe Turrillo, entonces secretario técnico del conjunto rojiblanco, mi salida del equipo; perdonando parte de mis honorarios para que me fuera posible, días más tarde, arreglar mi paso al Mallorca como traspasado. A fin de evitar la traba que impedía ser entrenador de dos equipos en la misma temporada. Si bien en mi caso, existía un punto a mi favor: procedía de un equipo inferior y, por tanto, podía acogerme a la disposición que había para incorporarme a uno superior, siempre y cuando abonara el traspaso convenido al club de procedencia.

La llamada del Mallorca se produjo dos semanas después de arreglar mi situación con los algecireños y allá que llegué al Luis Sitjar para hacerme cargo de un equipo roto en todos los sentidos y de una plantilla donde hasta los jugadores más disciplinados no atendían a razones porque cobraban tarde y mal.

Sustituí como entrenador a César, famoso ex jugador del Barcelona. Y también le dieron la boleta a Saso; legendario portero vallisoletano, que llevaba años ejerciendo de secretario técnico en el equipo. Desde el primer momento puse en práctica mis métodos de trabajo, en casos así, que tan buenos resultados me habían dado siempre, y que los jugadores aceptaron de muy buena gana.

Tal es así, que tras haber visto al equipo naufragar en Castellón, conseguimos ganarle un partido decisivo al Sabadell, todos los partidos tenían ya esa vitola, y logramos empatar frente al Valladolid en Zorrilla, causando una impresión inmejorable. Tras otra victoria frente al San Andrés, entrenado por Domingo Balmanya, esperábamos la visita del Orense. El último del pelotón de los torpes. Y esa semana, en medio de la euforia general, alguien se descolgó pidiendo una suma desproporcionada de dinero a cambio de otorgarme el documento como traspasado al Mallorca. Me negué en redondo a aceptar el chantaje. Lo cual fue aprovechado por un asesor del presidente, ex jugador del Mallorca de los tiempos gloriosos, para aconsejarle que el club no debía pagar lo más mínimo por mí, y el colegio de entrenadores me impidió, bajo amenaza, no sólo sentarme en el banquillo sino ocupar cualquier cargo técnico en el club.

La vieja gloria del Mallorca ofreció los servicios de Vera: portero que había sido del Gijón entre otros conjuntos y que hacía sus primeros pinitos como entrenador, con tan mala fortuna que le tocó descender al histórico ‘mallorqueta’. Ni decir tiene que todos los medios y, sobre todo la afición, pusieron el grito en el cielo y se acordaban de mí a cada paso.

Descendido el equipo, y arruinado económicamente, el presidente es perseguido con saña en la prensa y lo primero que hace es llamarme para que vuelva a la Isla y haga una plantilla adecuada a la Tercera División –aún no existía la Segunda División B-. Eso sí, las deudas eran tantas que el presupuesto distaba mucho de estar en consonancia con el nombre del equipo y de sus aspiraciones.

Mi vuelta fue celebrada por casi todos y logré confeccionar una plantilla con cuatro o cinco jugadores de la temporada anterior y muchos nuevos y procedentes de categorías inferiores. Jugadores que, deseando pertenecer a un equipo de tanta solera, facilitaron su contratación. Ni que decir tiene que yo volvía ya con conocimientos sobrados de cómo era el club y lo que se cocía alrededor de una sociedad venida a menos pero que seguía siendo apetecida por muchos aventureros con deseos de hacerse notar.

Temporada 75-76


El Grupo III de la Tercera División era fortísimo. Y el Mallorca, gracias a su nombre, era considerado como favorito entre equipos de mucho fuste también y, desde luego, con economías más boyantes en esa época. Destacados eran Levante, Gerona, Sabadell, Lérida, Mestalla, Villarreal, etcétera. Lo cual ayudaba muy poco a la labor que se me había encomendado. Y es que por todos los campos se nos recibía como a un equipo grande, con los inconvenientes que ello ocasiona, mientras que en los despachos más que ignorarnos se trataba por todos los medios posibles de zaherirnos. Empezando por la Federación Balear de Fútbol, cuyo presidente, Sebastián Alzamora, tenía entre ceja y ceja al presidente del Real Mallorca, Antonio Seguí y, sobre todo, al directivo Forteza: vieja gloria y reputado capitán del Mallorca cuando militaba en la División de Honor.

Durante meses, por más que cobrar resultaba una tarea de titanes, el Mallorca permanecía en los primeros puestos de la clasificación. Porque habíamos conseguido convertir nuestro campo en un fortín. Fuera, ante el ambiente tan adverso que existía contra nosotros, por ser el Mallorca, los jugadores menos expertos bajaban su rendimiento. Aunque ello no fue óbice para mantener las aspiraciones hasta ya avanzada la segunda vuelta.

Pero fue en ese tiempo, dado que ya no se cobraba mal sino que no se cobraba nada, cuando la desmoralización cundió de manera absoluta. Y es que el presidente, alegando motivos de trabajo, lejos de Palma, dejó el club a merced de todos los cuervos que estaban al acecho de los despojos. Lo cual propició la siguiente historia.

Historia de un soborno


Tan caóticas circunstancias económicas, me dieron la oportunidad de convertirme en el paño de lágrimas de la plantilla. Y cada día llegaba al campo con el discurso apropiado para elevar la moral de los jugadores, al menos, mientras se entrenaban. Los que disfrutábamos de algunos ahorros prestábamos a los más necesitados y, de esa manera, conseguíamos evitar algo a lo que yo siempre le tuve horror: el encierro de los jugadores en el vestuario. Una medida que aborrecía. Porque, si ya es lamentable verse privado del salario, me parecía, y me sigue pareciendo, denigrante tener que refugiarse en un cuchitril, tantas y tantas horas, para airear semejante desgracia.

En vista de mi comportamiento, Martín de Mora, toda una personalidad en Palma como empresario de hostelería y símbolo como portero en la Primera División, compartiendo la portería con Zamora hijo, reunió a lo más granado del deporte mallorquín, en un hotel de su propiedad, para imponerme el escudo de oro del club. Esa noche, repleta de emociones y de buenos propósitos, se vio empañada al día siguiente cuando la plantilla me alertó, por medio del capitán, Mariano (madrileño que había logrado jugar en el equipo de sus amores, el Atlético de Madrid), de que a un jugador nuestro, tan modesto como escaso de preparación, le habían dado un recado para sus compañeros: si os dejáis perder contra el Mestalla, en el Luis Sitjar, os haremos entrega de medio millón de pesetas.

Nosotros, aun ganando los tres encuentros que quedaban, ya no podíamos ascender. Y, aunque los jugadores y empleados llevábamos tres meses sin ver un duro, mi consejo fue que desecharan cualquier contacto con los sobornadores. Y a partir de entonces, obligado por actuaciones oscuras de personajes relacionados con el fútbol, no tuve más remedio que adentrarme en la senda que me condujera a los autores de tamaña fechoría. Cuando obtuve sus nombres y me percaté de la trama urdida, no sólo con el fin de salvar al Mestalla del descenso sino de hacer posible el descenso del Real Mallorca, por castigo federativo, me armé de paciencia y con cierta astucia, no exenta de valor, llegué al fondo de la la cuestión.

Ahora bien, las trazas que me di para convencer a los sobornadores de que el camino estaba despejado, a fin de que se pudiera descubrir que la corrupción estaba instalada en las alturas, las haré públicas en otra ocasión.
 

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