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OPINIÓN - VIERNES, 2 DE ENERO DE 2009

 
OPINIÓN / EDITORIAL

Final ¿feliz?

El final de 2008 trajo consigo el desgraciado suceso que dio con uno de los trabajadores de Urbaser en el hospital tras ser agredido con una cuchilla por un vecino desequilibrado del Príncipe Alfonso. El ataque causó una inmediata reacción del Comité de Empresa, que en una decisión difícil de comprender del todo anunció que no volvería a trabajar en ninguno de los dos Príncipes, una generalización inaceptable. Al día siguiente le tocó encontrar una solución a la consejera de Medio Ambiente, Yolanda Bel, que se topó con dos partes (los representantes de los trabajadores y los representantes de la asociación de vecinos del Príncipe Alfonso) con grandes dificultades para comunicarse y entenderse, pero sobre todo para comprenderse.

La virtud de Bel en esas conversaciones fue ser justo, con lo que ni su acentuada severidad dejó un mal sabor de boca a ninguno de los que se sentaron con ella. La portavoz del Ejecutivo propuso, con la venia de todos los demás, que sean los miembros de la Brigada Cívica los que acompañen a los operarios de Urbaser, pero tampoco dejó que estos últimos se fuesen de rositas. La consejera advirtió con claridad meridiana que el gesto de decidir unilateralmente suspender sus servicios en las dos barriadas periféricas no saldría gratis y pidió mayor corresponsabilidad a los trabajadores de una sociedad que recibe un sutanciosísimo contrato anual por muchos cientos de millones.

Aún comprensible, porque el miedo es libre, esta noticia señala con fuerza dos problemas mucho peores: el primero es hacia dónde va el Príncipe Alfonso y qué piensan hacer las instituciones con una zona a la que los barrenderos, los conductores de autobuses y la propia policía, entre otros colectivos, no quiere acudir. La segunda, la poco mesurada reacción de la plantilla, que tanto en este caso como en otros parece tener carta blanca para tomar una decisión u otra con independencia de lo que estipule la razón, la lógica o sus contratos.
 

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