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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 7 DE ENERO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

La censura
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Durante los muchos días que no he escrito en este oasis, he podido comprobar, una vez más, que los lectores necesitan que alguien les cuente las cosas de manera que les produzca la sensación de que no están leyendo una hoja parroquial.

De no ser así, la opinión resulta inane. Carente de todo interés. Con lo cual no hace falta ser un lince para llegar a la conclusión de que es una pena escribir porque sí; o sea, por el mero hecho de participar como articulista y darse el pote correspondiente. Y si encima los hay que ganan unas pesetas, a cambio de lo que hacen, pues miel sobre hojuelas. Pero esa postura es tan desagradable como cínica.

La columna es una impresión. Y, por tal motivo, es subjetiva. La columna ha estado sometida siempre a la censura en todos los periódicos. Y no ha habido columnista, desde que se pusiera de moda crear opinión, que no haya sido persuadido para que no publicara su manera de pensar acerca del político fulanito o de tal institución o empresario de turno. Y, tras las buenas palabras, si el escritor no cedía, llegaba la censura en toda regla.

Un censor de cuando gobernaba en España el general Primo de Rivera, llamado Villagómez, le contaba a César González Ruano, que para los periodistas siempre era mejor un censor que un fiscal. Y que pudo quedar la censura reducida a lo que siempre debió de ser: “una intervención, incluso cordial, en aquello que pudiera perturbar al Estado o que afectara al orden internacional. Nunca servir de tapadera a lo particular, a las empresas; nunca tener que amparar a un político, ni aunque fuera del Gobierno”.

Las declaraciones de aquel censor de una dictadura, hechas en octubre de 1930, deben verse, al menos yo las veo así, como las de alguien que en esta época hubiera tenido mucho más problemas para realizar su tarea. Dada su forma de pensar. Porque hoy, sin duda, lo fácil es que cualquiera critique al Estado y se refiera al orden internacional con absoluta de certeza de cuanto acontece en semejante menester, sin que haya editor que sienta la necesidad de llamarle la atención o le pida que le aclare en qué se basa para expresarse así.

Lo difícil, actualmente, radica en airear lo tramposo que son algunos políticos, los tejemanejes de ciertas empresas, y, por supuesto, que tal o cual personaje está viviendo a cuerpo de rey. Por arte de birlibirloque. Y uno entiende, cómo no, las razones por las que los editores, unas veces directamente y otras por medio de sus directores o gerentes, tratan por todos los medios de evitar que ciertas personas vean dañada su imagen por publicarse sus malas actuaciones, si con ello piensan que puede padecerlo la cuenta de resultados. Lo cual es lógico. Pese a que uno no se resigna a aceptar semejante realidad.

Ahora bien, los editores, concretamente los de medios provinciales, han de tener algo muy claro, si no quieren exponerse a contratiempos que se ven venir: que los periódicos sigan leyéndose cada vez menos porque ellos se empeñen en reducirlos a que sean simples botafumeiros de los gobernantes. Una actitud que tampoco beneficia a los políticos, teniendo en cuenta que las críticas en internet son cada vez más y no cesan de aumentar los versos sueltos. Siempre peligrosos por estar incontrolados. Busquemos el término medio. Y que los censurados lo sigan siendo por vocación.
 

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