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OPINIÓN - MARTES, 13 DE ENERO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Alicia y Carlos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Han transcurrido veintisiete años desde que un buen día de verano me fue presentado Carlos Chocrón. No hace falta decir que iba vestido de dulce. El padrino de la ceremonia fue Eduardo Hernández. Y, a partir de ese día, Carlos y yo compartimos tertulia en ese rincón de la barra de la cafetería del Hotel La Muralla, sin que jamás nuestras distintas opiniones dieran motivos a la discordia.

De aquellos días, muchas veces los recuerdos afloran y siento deseos enormes de recrearme en las experiencias vividas entre personas que tuvieron su momento destacado en una época en la cual los cambios en España eran tantos como deseados y a su vez desconcertantes para algunas de ellas. No obstante, en la tertulia presidida por Eduardo se podía hablar de todo, siempre y cuando se guardase el respeto debido y la compostura adecuada.

Eduardo se ganaba a la gente por la amabilidad que derrochaba. Y es que ser amable cuesta menos trabajo que ser desagradable, aunque no es fácil complacer a los demás sin caer en formulismos ridículos. Y nuestro hombre lo conseguía sobradamente. Así se lo dije a Chocrón y a su esposa, Alicia, cuando coincidimos el sábado pasado, en la cafetería del Tryp, y salió a colación el nombre de nuestro añorado amigo.

Con ellos, con Alicia y Carlos, mantuve unos minutos de charla muy sabrosos. Y hasta tuve la oportunidad de enterarme de que ambos son madridistas y partidarios de Iker Casillas. Alicia estuvo la mar de amable conmigo. Algo que le vuelvo a agradecer desde este espacio. Y, desde luego, no tengo el menor empacho en repetirme: es cierto que siento cierta predilección por la familia Chocrón. Por razones que no vienen al caso airear.

Hablar de Carlos es hacerlo de una persona espléndida, educada, amigo de sus amigos, y cuya tendencia ha sido siempre buscar la perfección en todo cuanto hace. Tarea compleja y agotadora entre quienes se entregan de lleno a una labor no sólo con fines materialistas sino con el enorme deseo de satisfacer a los demás.

Pero Carlos es muchas más cosas. Y, por encima de todas ellas, es un empresario digno de encomio. Un joyero cumbre. Un amante de la belleza capaz de hacer posible que su nombre vaya unido al de Ceuta para bien de una ciudad que recibe alabanzas merecidas por contar con una joyería que es un regalo para la vista. Pero hay más: es necesario que alguien diga, de una vez por todas, que Chocrón tiene un valor sereno y un amor por esta ciudad que están pidiendo a gritos el reconocimiento que hasta ahora no le han dispensado.

¿Cómo es posible, me preguntaba una persona que es comedida en sus manifestaciones, y muy entendida en joyas y, por supuesto, en negocios de joyerías, que en esta tierra no se haya distinguido aún la labor de Chocrón? Distinguirla como es debido... ¿Qué motivo existe para no premiar a alguien que, estando consagrado en su profesión y sin necesidades materiales, siga empeñado en ampliar su negocio y todo lo que ello lleva consigo?

Confieso que me quedé sin respuestas. Tal vez porque a lo mejor hubiera tenido que hacer comparaciones, siempre odiosas, según el dicho; pero que a veces son necesarias para abrirles los ojos a quienes no quieren ver.

En fin, amigo Carlos, procura no leerme la cartilla cuando nos veamos. Por mi atrevimiento...
 

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