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                     Hace ya un año que escribí cómo 
					José Antonio Alarcón, ‘El Cristiano’, bibliotecario que 
					estuvo liberado trece años para poder ocuparse de la 
					Secretaría Política y Relaciones Institucionales de 
					Comisiones Obreras, volvía al trabajo. Es decir, nuestro 
					hombre se pasó gran parte de su vida profesional cuidando su 
					físico. Evitando cualquier esfuerzo temerario en la 
					Biblioteca Municipal. Y, desde luego, se preocupó muchísimo 
					de no transitar por ella, ni siquiera de visita, a fin de 
					eludir cualquier accidente entre tantos anaqueles.  
					 
					Sí, ya sé que liberarse del currelo es legítimo para 
					cualquier sindicalista. Y por ello Alarcón hubiera estado 
					trece años más sin volver al tajo de no haber sido porque 
					una mañana fue a ver a Juan Vivas, como era costumbre 
					en él desde hacía mucho tiempo, y se encontró con que le 
					dieron con la puerta en las narices.  
					 
					Me contaron, entonces, que al bibliotecario le dio un 
					soponcio. Que aquel desprecio lo confundió de tal forma que 
					salió de la antesala presidencial arrasado por las lágrimas 
					y hubo quien lo oyó exclamar: “¡Así me paga, mi amigo del 
					alma, los servicios que le he venido prestando desde que 
					asumió la presidencia de la Ciudad!”.  
					 
					Porque sepan ustedes que El Cristiano llegó a creerse que 
					cumplía una función primordial entre el PP y el PSPC. Que 
					era nexo indiscutible para acercar posturas entre el 
					presidente de la Ciudad y el presidente del partido 
					localista. En realidad, nunca dejó de ser un correveidile 
					convencido de que se había convertido en un asesor de altos 
					vuelos. Y para colmo, engañado. Puesto que cada vez que se 
					oponía a cualquier decisión de los sindicatos, en asuntos 
					que pudieran perjudicar al presidente, no sólo se le echaban 
					encima los de la UGT, sino que provocaba la ira del 
					secretario general de Comisiones Obreras. 
					 
					Así, José Antonio Alarcón comenzó a perder la alegría, si es 
					que la tuvo alguna vez; y cuando barzoneaba se le veía a la 
					legua que era ya una persona alicaída; una sombra de 
					tristeza; un muchacho venido a menos y que había perdido la 
					oportunidad de su vida: ser nombrado asesor del Presidente 
					de la Ciudad. Un cargo por el cual suspiraba desde que Vivas 
					fue investido presidente. Y, por supuesto, su fracaso le 
					dejó tocado de un ala y con él impidió que Aróstegui 
					siguiera metiendo baza en el gobierno. Y, habiendo quedado 
					peor que Cagancho en Almagro, optó por regresar a su 
					empleo.  
					 
					Todo lo reseñado viene a cuento porque desde hace unos días 
					está colgado en un panfleto digital un artículo del PSPC 
					-bochornoso, mal escrito y a cuyo redactor le recuerdo que 
					“alago” es con hache-, donde los dirigentes del partido se 
					quejan de cómo ellos asesoraban a Vivas e incluso le 
					trabajaban la mente una vez a la semana.  
					 
					Pero Vivas, según los del PSPC, les traicionó al despreciar 
					su asesoramiento y, cómo no, el lavado de cerebro semanal 
					que tan bien le venía al presidente para llevar por el mejor 
					de los caminos a Ceuta, con las ideas de Aróstegui y 
					compañía. Y andan los pobres que se suben por las paredes. 
					Y, dado que están ya en las últimas, han decidido contarnos 
					la trayectoria de Vivas. Por medio de un escrito 
					nauseabundo, cuyo autor tiene todas las trazas de ser un 
					“mileurista” que quería ser subvencionado por el Gobierno de 
					la Ciudad para poner de vuelta y media a mi estimada 
					Mabel Deu. Menudo niñato. 
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