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                     Reconozco la ambivalencia del 
					titular, así como el carácter polisémico del término 
					“revolución”. Con estas parrafadas quiero referirme a un 
					cambio drástico aunque controlado desde el Poder, poniendo 
					“Dar Marruecos” patas arriba buscando un sitio al sol para 
					los desheredados de la fortuna. Una política clara desde el 
					Makzhén “por y para el pueblo” e incluso, dadas las 
					condiciones objetivas, bajo los principios del Despotismo 
					Ilustrado: hasta “sin el pueblo”. Pero que el antiguo “fellah”, 
					la base social del Trono emigrado en masa durante los 
					últimos años a las grandes ciudades, sea el beneficiario. 
					Esa es la única alternativa de Mohamed VI: un golpe de 
					palacio, dado desde dentro y a repartir algo más que 
					ilusiones a un pueblo ahíto de justicia social. Eso… o la 
					revolución islamista, con carácter y consecuencias harto 
					diferentes. Porque el islamismo, al amparo del conflicto de 
					Gaza que ha tomado como bandera, no ya por el pueblo 
					palestino en sí (Fatah también está integrada por 
					palestinos, Cisjordania también es Palestina…) sino por el 
					entusiasmo que despierta la implacable islamización de la 
					Franja llevada a cabo por esa organización terrorista con 
					síndrome de vampirismo, Hamás, ha remontado aun más el 
					vuelo. 
					 
					En mayo de 2005 el joven soberano lanzaba el gran proyecto 
					del Reino: la Iniciativa Nacional para el Desarrollo Humano 
					(INDH) y, con ella, la lucha contra la pobreza y la 
					exclusión social, luciendo en el mascaron de proa el acceso 
					a una vivienda saludable para esos millones de marroquíes 
					que sobreviven en los “bidonvilles”, las barriadas de 
					chabolas hacinadas en el cinturón de las grandes ciudades. 
					Si oficialmente se maquillan las cifras reconociendo que 
					“casi 5 millones de marroquíes viven en viviendas 
					insalubres”, la amarga realidad es que de la población 
					urbana de unos 15 millones de personas (casi la mitad de la 
					población total), 1/3 lleva su dura existencia en 
					condiciones deplorables. Desde su acceso al Trono de los 
					Alauís, Mohamed VI (un monarca abierto, progresista y con 
					loables intenciones) hizo de la “revolución social” seña de 
					identidad de su reinado: recordemos su discurso del 20 de 
					agosto de 2001 advirtiendo contra los peligros que 
					representaba la proliferación de la vivienda insalubre, sus 
					palabras en el Parlamento ante la inauguración del curso 
					político el 11 de octubre del mismo año (“No podemos 
					preservar al ciudadano su dignidad sino garantizándole una 
					vivienda decente”) o su discurso, francamente alarmista, con 
					motivo de la Fiesta del Trono en 2003: “Después de dos años 
					en vez de presenciar la erradicación progresiva de las 
					chabolas hemos constatado, a través de las visitas que hemos 
					efectuado a diferentes regiones del Reino, su proliferación 
					en muchas ciudades”. Tomen nota de la frase: “a través de 
					las visitas”. 
					 
					Desde entonces este escribiente ha visto levantarse poco a 
					poco urbanizaciones dignas aquí y allá, movilizando el 
					Estado marroquí toda una panoplia de recursos: compra de 
					terrenos, capitalización para constructoras, facilitación de 
					microcréditos… ¡Pero hay mucho que arar en el campo!. Sin 
					duda Mohamed VI sigue contando con un amplio respaldo 
					ciudadano, aunque no ya con el entusiasmo de antes… En los 
					últimos tiempos y pese a la machacona propaganda oficial, he 
					intuido al Makzhén más solo… Y eso no es bueno para nadie, 
					para nuestros vecinos marroquíes los primeros. La crisis 
					económica va sin duda a complicar las cosas, porque lo que 
					más falta le hace a Mohamed VI es tiempo… y éste no corre, 
					vuela. 
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