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                     En la miscelánea semanal, esas dos 
					páginas que firmo cada domingo en sitio céntrico de este 
					periódico, ilustradas magníficamente por Reduan Dris, 
					jefe de todo lo concerniente al daguerrotipo, me he referido 
					ya varias veces al mucho prestigio que ha ido adquiriendo, 
					como político, Francisco Márquez.  
					 
					Y lo he hecho basándome en las muchas opiniones que sobre él 
					vengo oyendo en la calle. Jamás he cruzado una palabra con 
					el consejero de Hacienda. Y es así porque nunca he tenido la 
					oportunidad de coincidir con él en ningún sitio. Lo cual 
					estuvo a punto de ocurrir el sábado pasado, debido a que fui 
					invitado a la Laconada de carnaval celebrada por el Centro 
					Gallego en la planta quinta del Hotel Tryp. 
					 
					Sentado a la mesa que me habían designado los dirigentes del 
					organismo gallego, tan buenos anfitriones como capaces de 
					arrancarnos a los comensales la risa tan saludable que causa 
					la ironía -esa burla fina que no está al alcance de 
					cualquiera-, noté que a mi izquierda había un asiento vacío 
					y una ficha indicadora de que estaba reservado para FM. Y 
					dije para mis adentros:  
					 
					Vaya, por fin voy a contar con la posibilidad de trabar 
					conversación con quien, cada vez que sale su nombre a 
					relucir, en mi presencia, sólo consigue ganarse todos los 
					elogios habidos y por haber. Mira por dónde, gracias a esta 
					casualidad, podré pegar la hebra con Márquez y tirarle de la 
					lengua a mi antojo. Aprovechando que el ambiente es el más 
					idóneo para que dos personas hablen por primera vez. 
					 
					En vista de que pasaba el tiempo y el consejero de Hacienda 
					no llegaba, pregunté a quien podía ponerme al tanto de por 
					qué podía quedarme yo sin disfrutar de la presencia de éste, 
					y me dijo que unas obligaciones habían retenido a Márquez en 
					Madrid. Y mi gozo en un pozo, y todas mis esperanzas, a 
					paseo. 
					 
					De modo que ya sabe Márquez que está en deuda conmigo. Que 
					su no asistencia a la Laconada en el Hotel Tryp, por más que 
					fuera por causa superior, me privó a mí de entablar 
					conversación con él y de conocer de primera mano si es 
					verdad que su saber estar es de primera división o incluso 
					de Champions Ligue.  
					 
					Así que si alguna vez coincidimos en cualquier cuchipanda, 
					bien le vale hacer todo lo posible para que los de protocolo 
					se esfuercen porque seamos compañeros de mesa. Aunque se 
					vean obligados a saltarse a la torera ciertas normas. Porque 
					ya está bien que cuando sale a colación el nombre del 
					consejero de Hacienda en cualquier reunión, cosa que sucede 
					frecuentemente, yo deba decir, a estas alturas, que no sé ni 
					papa de él. Que hasta me sigue pareciendo un extraño. Y a 
					eso no hay derecho. 
					 
					Aunque he de manifestar que, a partir del sábado referido y 
					pese a la desilusión que me produjo el no haber tenido a 
					Márquez como compañero de mesa, he procurado por todos los 
					medios colar en todas mis conversaciones su nombre, durante 
					mis ratos de ocio, con aperitivo al canto, a ver sí 
					aumentaba el número de quienes tienen el mejor concepto del 
					consejero de Hacienda. Y debo confesar que el resultado ha 
					sido inmejorable para él.  
					 
					Me han celebrado su buen talante; la educación exquisita que 
					muestra; su manera de responder sin ambages a lo que se le 
					pregunta, y todos han reconocido su elegancia. A mí me 
					recuerda a Tomás Terry. Y en este caso, la comparación no es 
					odiosa. 
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