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                     Amor de amar amor es un abecedario 
					de palabras que no vale nada o puede valerlo todo. Al igual 
					que hay lenguajes que nos calientan como el sol, también hay 
					otras expresiones que nos enfrían. En relación a esta 
					semántica amorosa, inherente a los corazones que cultivan el 
					verso como forma de sí, desde las entretelas de la vida, el 
					filósofo José Antonio Marina acaba de publicar un tratado de 
					los sentimientos a través de las más intensas cartas de amor 
					de todos los tiempos; una peculiar forma de hacernos ver y 
					vivir el amor. Misivas que son desahogo, no sólo de 
					literatos, sino de cualquier ser humano con alma de poeta; 
					duende que se tiene cuando en verdad se está enamorado. Por 
					desgracia, vivimos en un mundo donde hacer el amor es fácil, 
					pero enamorarse es un arte difícil de mantenerlo en esta 
					sociedad de mercaderes, donde cada día proliferan más los 
					adictos a los usos de usar y dejar tirado. La calidad humana 
					se mide por el amor gestado, que por mucho que se gusta no 
					se desgasta. Un amor de amar que necesitamos explicitarlo. 
					Sea con cartas, con poemas, o injertando una sonrisa en los 
					ojos que besan. El amor nos necesita y le necesitamos para 
					no morir de pena. No en vano, José Antonio Marina en su 
					libro “palabra de amor”, se pregunta y nos interroga, pienso 
					que adrede: ¿Cómo convertir el “amor pasión” en una “vida 
					amorosa”? ¿Cómo mantener el entusiasmo inicial en las 
					rutinas diarias? Sin duda, éste es el gran problema que 
					todos los amantes han tenido que resolver a su manera, con 
					mayor o menor éxito. Por ello, a renglón seguido, el autor 
					de la citada joya literaria, vuelve a la carga de 
					interpelaciones con el lector: ¿Qué puede esperar el lector 
					o la lectora de este libro? La respuesta no tiene 
					desperdicio: “Que le anime a conocer la experiencia de otras 
					personas, sus aciertos y equivocaciones; que le permita 
					entrar en los corazones ajenos y, tal vez, que le impulse a 
					conocer mejor su propio corazón, que siempre es un enigma”. 
					Lo que es ley de amor, primera letanía, es que para podernos 
					dar antes tenemos que conocernos. Si a nosotros mismos no 
					nos conocemos, qué damos. 
					 
					También coincido con Marina en reivindicar las vidas 
					amorosas felices, no exentas de dificultades, porque el amor 
					auténtico cuesta, es un corazón que se entrega sin letra de 
					cambio. La lección del científico Einstein, de que vivimos 
					en el mundo cuando amamos y de que sólo una vida vivida para 
					los demás merece la pena ser vivida, nos ayuda a ponernos en 
					situación, cuando menos en camino. En el amor, al fin y al 
					cabo, no basta únicamente con ser, hay que estar para ese 
					ser que uno ama, más allá de una fecha o de un día, y 
					hacerlo sin medida, porque el amor medido es poca palabra 
					para lo mucho que significa. A sus lances me remito. 
					Mientras que el corazón tiene amor, la vida conserva 
					ilusiones: es un hecho tan real como la vida misma. Demos, 
					pues, fuelle a los anhelos que brotan lenguas de deseos y 
					silencios que hablan. No le pongamos grilletes. Son palabras 
					de amor que nos resucitan por dentro y por fuera. 
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