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OPINIÓN - SÁBADO, 14 DE MARZO DE 2009

 
OPINIÓN / EDITORIAL

El gasto social, en el ojo de la polémica

La primavera electoral en Galicia y el País Vasco, prólogo de las elecciones europeas que previsiblemente aumentarán la tensión entre los dos grandes partidos de implantación nacional, el PP y el PSOE, ha dejado entrever las primeras grietas entre ambos partidos y sus representaciones institucionales en la ciudad autónoma de Ceuta. Primero a cuenta del grado de ejecución presupuestaria del Gobierno central en la ciudad autónoma durante el año pasado y después a raíz del recorte sensible, de una tercera parte del total que se percibe según la Consejería de Asuntos Sociales, padecido por la Administración local en las partidas que la General del Estado le transfiere para al atención a inmigrantes y políticas sociales. La escalada de declaraciones, que hoy tendrá su prolongación con la esperada respuesta del senador Fernández Cucurull, no parece amenazar seriamente las relaciones entre la Delegación del Gobierno y el Palacio autonómico porque sus respectivos responsables parecen convencidos de que sólo por el camino de la lealtad institucional y la colaboración mutua conseguirán los mejores resultados para la ciudad autónoma, pero no deja de ser inquietante la deriva por la que sus respectivos partidos transitan. Sobre todo porque trasladan a la ciudadanía la imagen de que podría ser que sus discursos en ese sentido, mil veces repetido tanto por José Fernández Chacón como por Juan Vivas, podría no ser más que una fachada. En un país democráticamente maduro como ya es España los ciudadanos deben comprender y asimilar el juego político, que se agita y se tensa de forma natural cada vez que se aproxima una cita con las urnas, pero aún así debe exigirse a los representantes institucionales que velen y hagan velar a su alrededor por la fidelidad al mensaje de la lealtad y la colaboración con el único objetivo final de beneficiar a los ciudadanos. Las políticas sociales son, quizá, las que mejor desempeñan esa función. Utilizarlas como arma arrojadiza no es la estrategia política más elogiable.
 

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