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OPINIÓN - DOMINGO, 15 DE MARZO DE 2009

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Excluidos del mundo

Por María Muñoz Tinoco


Hace una semana aproximadamente volvía a romperse un sueño, un número más pasaba a engrosar las listas de los que han perdido la vida en su batalla por cruzar, por llegar a lo que ellos creen el “paraíso europeo”. En el imaginario colectivo, sobre todo en el de los que pertenecemos a las generaciones nacidas en la democracia, la inmigración es cosa de otros, nosotros estamos en la parte buena del mundo, ni siquiera podríamos plantearnos una situación similar.

Vivimos en el límite entre dos países, en una profunda dicotomía entre riqueza y extrema pobreza, entre oportunidad y exclusión, tan cerca físicamente y a la vez tan lejos de nuestra realidad. Hemos tenido suerte, si hubiéramos nacido unos pocos kilómetros más allá, nuestra vida hubiera sido radicalmente distinta.

Sin embargo pocas veces parecemos darnos cuenta de lo pequeña que es la diferencia que nos separa de “los otros”. Incluso también se nos olvida en demasiadas ocasiones que durante años los españoles fuimos esos otros. Durante los años más duros de la dictadura fuimos nosotros los que llegamos a otras fronteras con esa pesadez sobre nuestros hombros que supone el alejarte de los tuyos, pero a la vez con la ilusión que te otorga la esperanza de una vida mejor, de un futuro. Muchos dirán como he escuchado ya hasta la saciedad, que emigramos con papeles, regularizados, como si ese hecho nos diera una absurda superioridad sobre el resto de la especie humana. Sin darnos cuenta que el estar o no en regla, no está relacionado con el motivo que te lleva a querer salir de tu país.

No sé que hubiéramos hecho la mayoría de nosotros, occidentalitos, en una situación en la que el concepto libertad solo se conoce de oídas, viviendo en un lugar donde un día sí y otro también la muerte viene a visitarte y donde la vida de tus hijos, tus familiares y amigos está constantemente amenazada. En realidad creo que si lo sé, hubiéramos hecho exactamente lo mismo, marcharnos. Y por eso me resulta tan grotescamente sorprendente que nos siente tan mal que la gente quiera, simplemente, lo mismo que queremos nosotros.

Por supuesto es innegable que la inmigración es un problema, no sólo aquí en Ceuta ni en España, es un problema global como resultado del presente orden (o más bien desorden) mundial.

El mundo está jerarquizado, las naciones al igual que nuestra sociedad se dividen en clase alta, media y baja. Y lamentablemente lo mismo ocurre con las personas. Los derechos, las necesidades e incluso el sufrimiento son considerados de diferentes maneras según nuestra pertenencia a esa clase mundial. Y de momento las cosas sólo parecen ir a peor. Las naciones centrales siguen explotando directa o indirectamente a las periféricas y muchos de los dirigentes de éstas últimas prefieren todavía este pacto silencioso con el mundo capitalista que les enriquecerá aunque sea a costa de la “esclavitud” de su país.

En las montañas cercanas a Beliones, en Marruecos, viven escondidos un centenar de subsaharianos esperando su gran oportunidad. Reciben comida y algunas ropas a cambio de ayudar en algunas tareas a los marroquíes que residen por los alrededores, incluso a veces suben a la carretera principal a ver si consiguen que alguien les de alguna limosna. Sin embargo no quieren hablar, tienen miedo, cuando se les pregunta por el chico que murió en la frontera hace unos días, nadie parece haberle conocido, es como si la memoria se diluyera en medio de un pozo de amargura, tristeza y resignación. Incluso muchos ni siquiera desean ya pasar, después de años viviendo en el país vecino.

Aquí en Ceuta, para los que consiguieron dar el primer paso de entrar en nuestra ciudad las cosas no mejoraron tanto como ellos esperaban. Después de mucho tiempo aquí, el fantasma de la deportación sigue pesando sobre sus cabezas. Los hindúes escapados del CETI hace aproximadamente un año, han creado su campamento y dejan muy claro que no se piensan rendir. Muchos tienen ya trabajo. De hecho ya llevan 8.289 firmas que, organizaciones no gubernamentales que están colaborando, han presentado al defensor del pueblo para evitar la repatriación.

Muchos otros deambulan solos, con los ojos bien abiertos a la espera de contactar con las mafias que les ayuden a pasar.

Unos lo conseguirán, otros no, pero incluso aun llegando a la meta, a Europa, su vida diferirá en mucho de cualquiera de las nuestras. La mayoría nunca gozarán de nuestras oportunidades, no podrán más que a lo sumo malvivir y enviar algo de ayuda a sus familiares. Siempre serán extranjeros, viviendo el resto de sus vidas en una especie de limbo ya que nosotros, todos, el mundo, no se lo pusimos fácil en su país.

Y al final de todo este entramado, de países, de leyes y de gobiernos corruptos, una persona más, con nombre y apellidos, con una vida, una historia, familia, amigos, con inquietudes y deseos acaba dejándose la vida en conseguir lo que según la declaración de derechos humanos debería ser un derecho fundamental: la libertad.
 

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