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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 25 DE MARZO DE 2009

 

OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

El peligro de pescar
 


Quim Sarriá
quimsarria@elpueblodeceuta.com

 

Tengo un amigo que se llama Salvador. Este amigo junto con otro que ya no está con nosotros porque salió disparado hacia los cielos, Ängel Reguera, y yo formábamos un equipo de pesca fenomenal. Eran otros tiempos.

Salvador posee una embarcación estupenda, con cabina, motor y timón, desde luego. Ängel también la tenía, de idéntico modelo al de Salvador. Su viuda, Pepita, la mandó vender por no poder mantenerla además de que no es muy aficionada a recorrer los mares en tan frágil, según ella, embarcación.

Ángel Reguera era gallego, de Villagarcía de Arosa. Paisano de otro que tampoco está con nosotros, Pepe Rubianes.

Este pasado fin de semana me había comprometido para participar en la excursión que haría por mar, con Salvador y otros dos, hasta el Delta del Ebro en busca de un banco de lobarros. La gripe me aguó la fiesta de mala manera. Otra vez será.

Hubo una época en la que solía acudir los fines de semanas al puerto de L’Ampolla y embarcarme con Ängel unas veces y con Salvador otras. Cuando lo hacíamos en una de las embarcaciones los tres, solíamos llevarnos las botellas de aire comprimido y demás material de submarinismo. Hacíamos inmersiones memorables hasta que mi cuerpo dijo basta y tuve que vender todo el equipo de submarinismo.

En una de esas inmersiones, Ángel me pidió que buscara restos de una antigua embarcación suya que había naufragado un tormentoso día en el golfo de Sant Jordi, al lado norte del Delta. Sin más, nos lanzamos hacia el fondo marino, en esa zona lo más profundo es de cuatro a cinco metros, con la esperanza brillando como una linterna que nos guiara. Al cabo de un rato vislumbramos unas peñas sesgadas rodedas de vegetación submarina, dimos un rodeo cerca de ellas y de pronto quedo paralizado. No es paralización de miedo ni nada parecido, aunque la verdad es que no podía avanzar por mucho que patalee con las aletas. Mi compañero se acerca y me indica por señas que salgamos a la superficie. Le digo de la misma manera que es imposible moverme y de pronto se queda mirando por detrás mía.

No es que en el contorno del Delta del Ebro haya animales marinos enormes. Ni siquiera marrajos. Ni mucho menos barracudas. Lo que pasó aquel día memorable era que un anzuelo perdido con su correspondiente sedal, bien atado a causa de las revueltas de la marea en las peñas sesgadas, me había atrapado por el hombro del traje de neopreno por lo que me impedía desplazarme. El invisible hilo estaba ahí.

De ahí salto a Ceuta. Un día de verano, julio, con mi amigo Ramón Aneiros vamos a pescar a Calamocarro, en la peña que se extiende como un auténtico cabo. Frente por frente de la zona donde está la casa de los Ferrer. El día es muy ventolero y nos hace temer el fracaso de nuestra excursión. Pese a ello subimos a la peña y avanzamos hacía la punta. El Estrecho se muestra tal como es: bravo y arisco. El viento sopla con fuerza y al acercarnos a un recodo de la cara norte de la peña, un hombre de unos 60 y pico años, moreno, vistiendo pantalón oscuro y un chaleco cerrado de rayas quebradas grises, nos comenta que la pesca es nula mientras fuma un cigarrillo cuya marca no se distingue. Dice que lleva dos horas esperando un momento propicio.

Les damos las gracias y nos largamos a la parte sur de la ciudad. En la playa del Chorrillo el viento sopla con menos fuerzas y nos disponemos a pescar…

La noticia de la muerte de un pescador en la playa de Calamocarro me ha producido una conmoción. ¿No será aquél que nos advirtió de la nula pesca?... siempre recordaré a otro amigo, también muerto cuando pescaba, pero de un ataque cardíaco. Se cayó al mar rompiéndose la cabeza contra las rocas. La medicina forense aclaró el caso y ya estaba muerto cuando tocó la primera roca.

Ahora voy de pesca, pero menos.
 

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