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OPINIÓN - MARTES, 7 DE ABRIL DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

La soledad de los entrenadores
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

De la soledad del entrenador de fútbol se ha escrito. Pero nunca lo suficiente como para que la gente sepa de verdad de qué modo un técnico ha de vivir solo los innumerables problemas que acarrea el desempeño de su trabajo.

Es cierto que los entrenadores, desde hace ya bastante años, cuentan con varios ayudantes que se reparten la tarea y comparten alegrías y sinsabores. Algo que actualmente no solo sucede en Primera División y Segunda División A, sino que también ganan de esa mejora muchos técnicos de Segunda División B.

Nada que ver con lo que ocurría, por no irme más hacia atrás, en los años setenta u ochenta del siglo pasado. Y, si me apuran, hasta en los noventa. Donde el entrenador estaba obligado, salvo en los grandes clubs, a servir para todo. Y, por supuesto siempre andaba vendido.

Me explico: al no contar el entrenador con un equipo de trabajo de confianza, amén de tener que multiplicarse en su tarea hasta acabar exhausto casi siempre, tampoco gozaba de la ayuda que suelen prestar los colaboradores si éstos son cabales.

Tales desventajas hacían, indiscutiblemente, que el entrenador sufriera de lo lindo. Porque se hallaba en todo momento solo ante el peligro de verse zarandeado por unos y otros como el viento zarandea a la flor del vilano. Y ni siquiera los triunfos le evitaban ser criticado acerbamente por haber tomado alguna decisión que gustaba poco a los directivos, a la plantilla, a los aficionados, y qué decir de la prensa.

Ante tales problemas, que no eran moco de pavo, el entrenador tenía que echar mano de todos sus recursos. Estaba obligado a pensar más rápido que los demás y sobre todo a hacer de la intuición cultivada un arma imprescindible para atenuar en la medida de lo posible los graves inconvenientes que iban surgiendole durante la temporada.

El entrenador, después de una victoria, y cuando la expedición celebraba lo acontecido en el campo, ya pensaba en los problemas que debería resolver en el próximo partido. Y así una y otra vez. Y aun trataba de evitar los halagos del delegado de turno porque bien sabía que se tornarían en censuras en cuanto se produjera una derrota.

Yo conocí a muchos compañeros que no soportaban esa presión y recurrían a los estímulos para poder sentarse en el banquillo. Y cómo no, para no parecerse a Don Quintín el amargao. Y más que aliviar la soledad lo que lograban es aumentarla. La soledad de los entrenadores sigue en sus trece. Si bien dulcificada por la mejora manifiesta que ha habido en el fútbol en todos los aspectos y de la que ellos, lógicamente, se están beneficiando.

Yo entiendo, por tanto, la soledad de Carlos Orúe ante los malos resultados. Pero también entiendo que ese sentirse sólo no le da derecho a hacer unas declaraciones con las que ha puesto a todo el mundo en la picota. “En el vestuario ha dicho que a lo mejor el que tenía que estar aquí es Benigno y tres jugadores en su casa. Pero el reglamento no te permite que los jugadores salgan. Creo que si esta medida fuera posible se arreglarían más cosas”.

La primera es que él no habría vuelto a Ceuta como entrenador. La soledad no debe trastornar el pensar bien. Es axioma. Así que ello obliga a Orúe a plantearse su futuro como técnico.
 

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