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OPINIÓN - DOMINGO, 12 DE ABRIL DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Dos mayorías absolutas confirman a Vivas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los había convencidos de que la carrera política de Juan Vivas iba a ser flor de un día. Que a lo sumo podría permanecer como presidente de la Ciudad, tras el voto de censura al GIL, los dos años que quedaban antes de celebrarse las elecciones de 2003.

Ya he contado muchas veces que en su propio partido los hubo que le fueron con el cuento a Javier Arenas acerca de que era un error auparle a un cargo que le venía ancho. Que Vivas era de los que se ahogaban en un vaso de agua. Y cosas por el estilo.

Y Vivas, que siempre ha estado al tanto de cuanto desea enterarse, oía, veía, callaba... y se dedicaba a lo suyo: a ganarse la confianza de los ciudadanos que muy pronto tendrían que refrendar con sus votos su continuidad como presidente.

Aspiraba Vivas no sólo a ser confirmado en las urnas sino que también tenía metido entre ceja y ceja hacerlo con holgura. Aunque, por muchas encuestas que augurasen esa posibilidad, él no pensaba en que podría obtener una mayoría absoluta.

Un triunfo rotundo jamás antes logrado por ningún otro candidato en Ceuta. Gracias, desde luego, a que los ceutíes se habían dado cuenta -durante los dos años que había estado Vivas ejerciendo como presidente elegido a dedo- de que éste había superado la prueba con nota altísima. Y, aún más, que se había revelado como esa figura política que la ciudad necesitaba cuanto antes.

Cuatro años después, en 2007, otra mayoría absoluta, con aumento de votos, puso de manifiesto que la ciudad seguía confiando en su presidente. Que existía una especie de comunión entre él y su pueblo. Una unión -que pese al desgaste que producen los años en el cargo, eran seis, en esta ocasión- que había salido aún más fortalecida.

Aquel éxito fue el detonante para que saliera a relucir la envidia enconada de quien, desde hace ya muchos años, está lampando por se concejal de algo. Un individuo que vive y actúa como si fuera un remedo de Don Quintín el Amargao. Y que está sirviendo, como tonto útil, a un empresario que se ha dado cuenta de que sólo maneja ya páginas de antigüedades. Con lo que fue él...

Esa envidia, mayor incluso que la descrita por Quevedo como “falsa y amarilla, muerde pero no come”, está haciéndole perder los papeles a un sujeto que, arropado por cuatro tontilocos con ínfulas de miras políticas de altura, ha llegado a su punto culminante. De ahí su aversión hacia Vivas. Una tirria que a buen seguro le va a dejar secuelas incurables, si no se pone cuanto antes en tratamiento.

Puesto que su fracaso político está acompañado de una obcecación que nos los muestra en toda su fragilidad. Y pensar que este hombre llegó a ser titular de la Consejería de Hacienda, no ha mucho, obteniendo fracasos rotundos de crítica y público. Y sigue empeñado, todavía y contumazmente, en contarnos cómo llegó Vivas a la presidencia y, sobre todo, en denigrar a una persona que no ha dado la menor muestra en su segundo mandato de padecer los síntomas negativos que le achacan a este pasaje.

Porque a Vivas no se le ha subido a la cabeza la segunda mayoría absoluta. Ni escupe por un colmillo. Ni menosprecia la política menuda. Ni se muestra distante. Ni presume de inteligente. Ni es osado. Tampoco es imprudente. Y, por si fuera poco, tiene tirón entre las mujeres. Para desesperarse. ¿Verdad, Aróstegui?
 

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