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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE MAYO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

El Príncipe Alfonso
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Barriada nacida con la displicencia de las autoridades y de todos los políticos. Estaba repleta de ciudadanos estupendos y deseosos de participar en la sociedad ceutí; pero que tenían la mala suerte de vivir en un sitio lejano y abandonado. Un sitio del que casi nadie hablaba. Y cuando por cualquier circunstancia negativa salía a relucir, lo primero que te decían es que te olvidaras del asunto y que nunca tuvieras la infeliz idea de poner los pies en El Príncipe Alfonso: territorio considerado peligroso.

Pero yo, recién llegado a esta tierra en los albores de los 80, no entendía semejante postura, y desoyendo consejos, me atrevía a subir andando al Príncipe por los dos accesos que a él conducían. Y me sentaba en cualquier cafetín a beberme el té de la amistad, ofrecido por personas que decían conocerme.

Pocos años después, cuando decidí escribir en periódicos, le di vida a una sección donde contaba la impresión que me causaba todo lo que veía caminando por una parte de la ciudad elegida cada día. Y, como no podía ser de otra manera, relaté las necesidades de ese Príncipe que iba creciendo sin control y que seguía siendo visto por las autoridades como un incordio que les hacía cerrar los ojos para eludir la realidad.

Una realidad palpable porque se construía de manera anárquica en lugar que comenzaban a refugiarse personas sin papeles. Menos mal que había un gran número de vecinos dispuestos a luchar contra las funestas consecuencias que acarreaba la dejadez de los poderes públicos. De aquella época, recuerdo a Laarbi Mohamed: muy comprometido con los problemas de esa zona.

Con Laarbi y con otros compañeros de él, cuyos nombres lamento haber olvidado, me adentré en el laberinto del barrio y quedé enterado de cuanto allí acontecía. De las muchas carencias habidas y de los innumerables problemas que iban surgiendo. Tenían miedo de que la barriada terminara siendo inhabitable. Un ghetto. Un espacio peligroso para el crecimiento de los niños. Y ya entonces reclamaban que se adoptasen decisiones políticas y policiales encaminadas a poner freno a un mal que iba generando una delincuencia que aumentaba sin cesar.

La situación era muy clara: se estaban dando todas las condiciones posibles y más para que, en poco tiempo, El Príncipe se convirtiera en una ciudad sin ley. Era imprescindible hacer algo para evitar que el desempleo y la pobreza, el bajo nivel de educación y el problema de la vivienda, y esa idea casi generalizada que tenían los vecinos de que no se les reconocían sus derechos cívicos, no fueran el caldo de cultivo de la delincuencia.

Pues bien, nada se hizo. Y el mal siguió alimentando la base de sustentación. Y ya no son válidos los paños calientes. Sino que es necesario sajar por la parte sana. Una operación que deben emprender el delgado del Gobierno y el presidente de la Ciudad, con todos los apoyos institucionales y con la ayuda de esa mayoría de vecinos que desea vivir en paz.

Con la muerte de Mustafa Ahmed, vecino ejemplar y hombre cabal, se impone cortar de raíz la mala hierba.

(Nota: columna publicada en 2006.) Lo único que ha cambiado es que la Ciudad está realizando obras de mucha importancia en El Príncipe Alfonso. Muy bien. Pero no ceja la falta de civismo ni la violencia de unos pocos. Y urge intervenir con mano de hierro.
 

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