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OPINIÓN - SÁBADO, 30 DE MAYO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Periodistas de investigación
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Todo el mundo sabe que los periodistas reciben informaciones por medio de delatores. Delatores los hay en todos los sitios. El problema está en que muchas veces los primeros terminan siendo intoxicados por los segundos. Aunque los periodistas siempre dirán que es el precio que han de pagar por hacerse un día con la exclusiva de un escándalo que les dará prestigio a ellos y al periódico.

De modo que ser reconocido cual buen periodista de investigación es la meta de casi todos los que trabajan en un oficio del que dice García Márquez que es tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

En Ceuta, como no podía ser menos, varios periodistas luchan denodadamente por ganarse la confianza de los soplones que existen en todas las instituciones. Necesitan a todo trance hacerse con esas fuentes informantes. Para que sea su medio el que se apunte el tanto de informar, antes que ningún otro, de un hecho ocurrido o que va a ocurrir. Lo cual es tan justo como digno de aplauso.

Los soplones en Ceuta están localizados. Sus nombres son de dominio público y, por tanto, casi siempre que actúan dejan el sello del chivatazo. Y es así porque no se renuevan. Pues el que menos dura, como chivato, suele estar cuatro años.

Los delatores, aunque no lo crean, no son siempre los subalternos. De ningún modo. Por más que siempre se culpe a los funcionarios, a las secretarias o a la vecina del quinto que tenía relaciones con el asesor del jefe del departamento tal. En ocasiones, quienes se van de la mui son los cargos principales. Los que más mandan en los sitios.

Ejemplo: durante varios años hubo en la ciudad una autoridad que eligió a un periodista con el fin de indicarle todos los días en qué dirección tenía que dirigir sus flechas envenenadas. Eso sí, antes le había prometido al dueño del medio concederle privilegios informativos por esa tarea. Y un trato especial.

El periodista, a partir de ese momento, comenzó su trabajo: que no era otro que publicar la nota que le pasaban con los errores que pudiera haber cometido cualquier cargo de los que estaban bajo las órdenes de la reseñada autoridad. Así, la autoridad mataba de un tiro dos pájaros: primero, aireaba la falta del subordinado; segundo, no se desgastaba en amonestarlo. Y encima, cuando el negligente, a lo mejor por un error de poca monta, llegaba a su despacho a pedir árnica, el todopoderoso fiscalizador lo absolvía y entre abrazos y palmadas en las espaldas, lo ganaba para su causa. Recordándole lo que era costumbre en él: Me debes una, ¿eh?

El periodista, desconocedor de la ciudad, llegó a creerse que estaba llamado a escribir páginas gloriosas sobre el periodismo de investigación. Y el dueño del medio se ufanaba a cada paso de tener a alguien situado en las entrañas del poder local. Un día se me ocurrió decirle a una señora, que gozaba de poder, que se cuidara de contar más de lo debido acerca de lo menos limpio de la casa donde trabajaba. Pero no me hizo el menor caso. Luego estalló un escándalo mayúsculo. Y el periodista, que iba de listo, quedó como la Chata de Cái. Y aún sigue sacando pecho. ¡Miau!
 

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