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sociedad - JUEVES, 11 DE JUNIO DE 2009


hector junto a sus pequeños. cm.

orfanatos
 

Sin color ni vida

Recogió a los más de 40 menores que han regresado por vacaciones a la península y comprobar, con sus propios ojos, las carencias y la pobreza de los orfanatos desde donde llegan nuestros pequeños turistas

CEUTA
Cristina Marzán

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Nada más entrar en el orfanato notabas que no había color, no había vida, faltaba cariño y calor humano. Me parte el corazón ver a los niños sufrir por esta vida que les ha tocado”. Con estas sencillas pero tristes y desoladoras palabras describía Héctor Moreno, padre de acogida de dos niños ucranianos, Mykola y Anastasia, la circunstancias que rodean a estos pequeños que visitan España dos veces al año gracias a ANUA, la red andaluza de acogida de niños ucranianos, con la mediación local de Digmun.

Este ceutí decidió viajar hasta Ucrania para recoger a los más de 40 menores que han regresado por vacaciones a la península y comprobar, con sus propios ojos, las carencias y la pobreza de los orfanatos desde donde llegan nuestros pequeños turistas. Más de cinco horas de tren y otras cuatro de avión conforman el viaje que cruza el planeta para poder realizar esta acción solidaria que llena de alegría y de entusiasmo cuatro meses de vida de estos seres humanos que, por circunstancias de un destino caprichoso, sólo contemplan un mundo de oscuridad repleto de sombras.

“A plena luz del día, el recinto estaba apagado, con paredes casi caídas, camas incluso sin colchones ni mantas, cuartos de baño sin toallas ni espejos, con lavabos lo más parecidos a fregaderos de antaño. Se me calló el alma y el corazón al suelo por las condiciones en las que viven”, confesaba Héctor.

Sin embargo, soportar estas carencias materiales y prescindir del amor de una familia, no han impedido que los niños ucranianos, por el simple hecho de ser niños, no despierten cada día con una ilusión y una sonrisa de agradecimiento para estas personas que los curan en salud y, sobre todo, en humanidad. “Cuando llegué al centro, Mykola se abrazó a mi llorando con una gran sonrisa. Sólo el ver las caras durante todo el viaje de los niños, te compensa. Además se adaptan muy rápido porque son muy listas, todo lo aceptan y lo valoran y son muy agradecidos. Mi esposa y yo, llevamos tres años siendo padres de acogida y animamos a todas las familias ceutíes a que participen en esta iniciativa”, argumentaba.

Precariedad y pobreza, falta de alimentos y medicinas, noches de anhelo por escuchar dulces palabras que cierren sus ojos con un cuento. Ucrania, sus orfanatos, los niños, componen una estampa que por muy gris que parezca, desaparece en nueve horas de odisea que se convierten en cuatro meses del año en los que las risas y la inocencia se dan la mano para un sueño del que ellos desearían no despertar.
 

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