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OPINIÓN - DOMINGO, 28 DE JUNIO DE 2009

 
OPINIÓN / colaboración

El señorito de la camisa azul

Por Andrés Gómez Fernández


En Grazalema, las cosas no iban nada bien. Se había producido una sequía desastrosa, teniendo los lugareños como única salida la emigración, por lo que el censo empezó a disminuir de manera alarmante. Los recursos agrícolas y ganaderos no eran suficientes, y la industria textil, años atrás muy desarrollada, había empezado su ocaso.

Su pueblo, unido siempre al movimiento anarquista, tuvo su desarrollo en toda la provincia de Cádiz, en el último cuarto del siglo XIX. En la propagación de las ideas anarquistas juega un papel muy importante el sentimiento de decepción de los ciudadanos de esta importante villa, que padecía, año tras año, los efectos de las sequías, las alzas de precios y el paro, permaneciendo la Iglesia al margen de todos estos problemas. Es muy significativo el hecho de que en 1888, en Barcelona, se celebrara un Congreso de sindicalistas anarquistas y, representando a la provincia de Cádiz, solamente Grazalema.

En todo este marco, plagado de vicisitudes políticas y sociales por la que atravesó su villa, se desarrolló la infancia y la juventud de Antonio, que no pudo permanecer ajeno a todo este caos, con una situación económica mala y la continua emigración.

Antonio, tomó parte en el desastre de Annual, como soldado en el Regimiento de Ceriñola. Recuerda nuestro protagonista: “estuvimos tres noches dando vueltas en el Puerto de Melilla. Después, cuando entramos en combate, mi compañía sufrió numerosas bajas. De doscientos hombres, solamente quedamos cincuenta”.

Los gobiernos de Francia y España acordaron una acción conjunta contra el jefe rifeño y se llevó a cabo el desembarco de Alhucemas, en el que participaron las escuadras de ambos países. Dio como resultado la derrota total de las tropas rifeñas y la rendición, sin condiciones, de Abdel-Krim, que se entregó a los franceses.

Antonio, recuerda de todo esto, de los contactos con “compañeros” franceses, el intercambio de víveres, aunque más que intercambio, era recibir ayuda de los mismos.

Contrajo las fiebres palúdicas, y quedó fuera de combate. Dado de alta, y cumpliendo el servicio militar, ya de vuelta a su pueblo, se dedicó a las distintas faenas del campo, en todo aquello que le salía.

Mientras, la situación en su pueblo había empeorado. Se producen las elecciones municipales de Abril de 1931, que desembocaron en la caída de la Monarquía. Los anarquistas de su pueblo, en estos momentos debilitados, aunque con signos de recuperación, ven con buenos ojos este acontecimiento, pero no así el triunfo de las derechas de su pueblo. Un duro golpe para los anarquistas.

En los primeros años de la II República, el paro siguió un aumento vertiginoso y el hambre aparece en el pueblo. Los trabajadores acudían al Ayuntamiento y a la Iglesia en busca de víveres. Antonio no pudo soportar esta situación y decidió marcharse a Ceuta, donde ya se encontraban tres de sus hermanos. Aunque tampoco, en Ceuta, se vivían momentos buenos, sí algo mejor que en Grazalema.

Permaneció unos años en Ceuta. No trabajó de manera fija, haciendo sustituciones en la empresa donde trabajaban sus hermanos. Tampoco agradó a Antonio esta forma de ganarse la vida. El caso es que Antonio dio por finalizada su estancia en nuestra tierra y regresó a su pueblo natal.

El panorama de su pueblo no había cambiado. Se produjeron las elecciones de 1936, y con ellas un nuevo giro: venció, en el pueblo, el Frente Popular, con amplia mayoría de votos para los anarquistas.

Antonio, testigo de todos estos acontecimientos, comentó con tristeza: “La quema de iglesias no fue tal como se ha contado. En primer lugar, no todas las iglesias fueron quemadas y saqueadas, centrándose sólo en la principal, perdiéndose importante documentación histórica y obras de gran valor. En segundo lugar, que en los hechos referidos no intervinieron los vecinos de la villa, sino grupos radicales de izquierda de pueblos cercanos, que fueron los instigadores y culpables de lo sucedido. Las formaciones políticas del pueblo se opusieron a los actos vandálicos.”

Así que, la Guerra Civil sorprendió a Antonio en su pueblo, donde se puso de parte del bando del Frente Popular, presenciando, sin poder evitarlo, los primeros fusilamientos de convecinos de derechas. Había muchos deseos de venganza.

En Andalucía, las tropas fieles a Franco, alcanzaban sus posiciones. Cercan los pueblos de la Serranía; Ronda, por su importancia ferroviaria, es el primer objetivo. En el pueblo de Antonio unos se fortificaron y otros huyeron hacia los pueblos cercanos.

Antonio, estuvo presente y lo refiere así: “Nos refugiamos en las alturas del Monte ‘El Calvario’. Desde esta posición controlamos a las fuerzas franquistas. Una bandera falangista, después de duros enfrentamientos, rompió el cerco. Hicieron una maniobra para envolvernos y emprendimos la huida hacia zonas republicanas. Eran mediados de 1936. ¡La Guerra civil no había hecho más que empezar! Fue una huída desesperada, con porvenir incierto.”

“Huimos hacia Málaga, buscando una mayor seguridad, pero nos equivocamos, ya que esta ciudad se vio aislada del resto de la España republicana. Pero, en Febrero de 1937, Málaga republicana vive sus últimas horas de desconcierto total. A su caída, siguió una terrible represión, siempre bajo la Ley del Talión.”

Desconcertado, regresó Antonio a su pueblo, donde fue detenido y encarcelado, permaneciendo en la cárcel de su pueblo, desde Febrero hasta Mayo de 1937. Él cuenta cómo fue su Consejo de Guerra: “Nos llevaron a Ubrique. En total 32 personas. Del consejo salieron otras tantas penas de muerte. Nos dividieron en tres grupos. El primero, de 14 personas, que cayeron cerca del cementerio. El resto, permanecimos en el pueblo”. Antonio sólo esperaba conocer su momento. Pero, una mañana, recibió la orden de su traslado a la cárcel de San Fernando, donde permaneció durante 14 meses. Vio aterrorizado cómo se fueron produciendo las ejecuciones de otros condenados. Hasta que le llegó el día fatídico.

Así lo cuenta Antonio: “Aquella tarde nos anunciaron a mis compañeros y a mí que había llegado nuestro final. Me llevé una desagradable sorpresa, ya que entre los elegidos figuraba mi hermano Juan. Entre mis recuerdos, los consejos de mi hermano: ¡Antonio, cuida de mis hijos! En aquellos momentos, yo me preguntaba cómo mi hermano me encargaba el cuidado de sus hijos… ¡Si yo voy a tener el mismo fin que él! ¿Presentía mi hermano lo que iba suceder? Amaneció y empezaron a nombrar a los que nos encontrábamos en capilla. A mí me dejaron de los últimos, y cuando nombraron al quinto, mi hermano, entre ellos, el funcionario dejó de nombrar, por lo que quedamos otro compañero y yo, en espera de otra ocasión. Unos sudores fríos recorrieron todo mi ser, cuando oí la descarga que acabó con la vida de mi hermano y sus compañeros… Pasados los primeros momentos de confusión, me di cuenta de que estaba vivo, que algo extraordinario, milagroso había sucedido. ¿Por qué nos dejaron a los dos? ¿Por qué habían cambiado las cosas tan sorprendentemente? ¿Me dejaron para otra ocasión? Nos sacaron de la celda ‘capilla’ y nos trasladaron a las normales. De nuevo, me tocaba vivir situaciones de angustia, de incertidumbre…”.

Poco después le conmutaron la pena de muerte por la condena perpetua. De esta gracia se beneficiaron doce compañeros más y los trasladaron a Sevilla. Pero en sus deseos de llegar a saber cómo se pudo producir ese milagro, recordó a su compañera, Teresa, que le seguía por todos los lugares donde él estaba preso. Posiblemente, ella sería la clave. Trabajaba con unos “señoritos”, que serían de “derecha”. Al menos, en una ocasión, recibió en la cárcel la visita de uno de ellos, que le identificó como perteneciente a la Falange, por la camisa azul que llevaba. Podría haberse producido, horas antes de su ejecución, una orden de paralizarla. Antonio, nunca supo de qué forma se produjo el “milagro”, pero en su mente siempre estuvo el personaje de esta visita.

Antonio, ya en Sevilla, tiene que cumplir con el llamado “periodo de celda”, que consistía en vivir unos días de aislamiento. Al referirse al estado de la prisión, “ésta estaba repleta de antiguos militares falangistas que actuaban como policía política, que no tenían verdaderos objetivos, ni ideas. Jóvenes, que se divertían en perseguir a los del Frente Popular”.

Desde Sevilla, en la cárcel, Antonio recibe noticias de que la contienda no va bien para sus intereses. El final avasallador de las tropas nacionales estaba próximo. Esperaba ansiosamente cualquier tipo de solución. Y ésta llega: Traslado al penal del Puerto de Santa María de más seguridad, y, por lo tanto, peor. Antonio había oídos relatos terroríficos: de las celdas de castigos, al cementerio. “Teníamos que fortalecernos ante aquellos que acudían en plan de adoctrinamiento”.

Y, se produjo un nuevo traslado: Barbastro. Este nombre no le decía nada. Sólo que hacía mucho frío y que se alejaría más de su amada Teresa. A su llegada le comentaron que ya se estaban revisando causas similares a la suya y las condenas quedaban reducidas a diez años. Es el año 1942, y llega a una cárcel-convento, denominada “Los Capuchinos”.

La ansiada libertad está punto de llegar. Se debilitó la dureza con presos políticos… ¡Quedaban en libertad todos aquellos que no habían sido juzgados! Antonio fue nombrado para trabajar; ya olía a libertad. Por el sistema de redención de penas, por cada día de trabajo, redime dos. Es el adiós a Barbastro, al frío, a la niebla, al hambre, a la miseria… Él ha permanecido fiel a sus principios. Lo más positivo que ha sacado de las cárceles ha sido aprender a leer y a escribir. Su trato con los intelectuales rojos, modularon su formación, ejerciendo su labor de maestros.

Ahora a Guadalajara. Finales de 1942- Abril de 1943. Llevaba ya más de seis años de cárcel. Su estancia en esta ciudad fue breve, ya que se produjo un nuevo traslado: Talavera de la Reina, en la Prisión Central. Creció el optimismo: algunos paisanos han conseguido la libertad.

Pensó que la suerte es diversa, que la reducción de penas se realizaba sin normas, dependiendo de la clase de trabajo que se realizara. Pero no dejaba de pensar que los delatores, los vengativos, los sedientos de sangre, los que han pasado por las cárceles republicanas, eran los más firmes colaboradores para empeorar la situación.

Antonio, para realizar su trabajo para la reducción penas, llegó el día 9 de Junio de 1943 al Destacamento-Penal del Alberche, afluente del Tajo, para trabajar en su presa. Trabajo muy duro, con el agua hasta la cintura. Daba la impresión que “estaba preparándose para buzo”. Las comidas eran escasas y malas. Cobraban dos pesetas diarias y 1,50 quedaba para la comida. Al final de la semana se les entregaba el resto. Buscar el firme para construir el muro de contención. Al final de su trabajo, no tuvo más remedio que exclamar: ¡Buena parte de mi vida, se quedó en la presa!

Mentalmente, Antonio recorre todos los traslados que tuvo que realizar, porque está seguro de que éste será el último. ¡Adiós a la presa del Alberche! Atrás quedaron las cárceles de Grazalema, Ubrique –donde fue juzgado y condenado a muerte- Sevilla, San Fernando, Sevilla, de nuevo, Puerto de Santa María, de más triste recuerdo, Barbastro, Guadalajara/Yeserías, Talavera de la Reina y Destacamento de la presa del Alberche.

La conducta de Antonio en la cárcel fue ejemplar. En ninguna de las prisiones cometió faltas que llevaran al castigo correspondiente. Muy disciplinado, realizaba sus trabajos en la prisión, si no con la alegría necesaria, sí con la entereza que le caracterizaba. Supo rodearse de buenos compañeros, con los cuales formaba un grupo, una “piña”, y de la manera monótona que en aquellos tiempos se pasaba en las cárceles, esperaba en cada momento su libertad…

Libertad que se produce del 15 de Octubre de 1943, fecha grabada en la mente de todos. Antonio lloró con emoción “lágrimas mensajeras de un momento inolvidable, acariciando la carta de libertad”.

Abandonando su lugar de trabajo, se encamina a la estación. Antes se detuvo en una peluquería para arreglarse el pelo y la barba. Y le preguntó al barbero dónde se encontraba la estación. Hacia ella se encaminó. Con la carta de libertad, se dirigió hacia unos agentes del orden, exclamando unos de ellos: ¡Hombre, otro que regresó del “colegio”!

Antonio lo tiene todo dispuesto para emprender el viaje de regreso. Ha fijado su residencia en Jerez. Allí le esperará la mujer sacrificada, la que no le abandonó ni un solo momento, que le siguió a todas partes, mientras estuvo en las cercanías de su campo de operaciones –San Fernando-, posiblemente allí donde se fraguara el “milagro” del protagonista de este relato. Lejos de su zona, las atenciones no le faltaron. Otro “señorito” se encargó de recogerlo en la estación de Jerez, ya que Teresa no pudo desplazarse.

Nuestro héroe, Antonio, junto a su familia, ya jubilado, siguió trabajando en sus tareas de campo. Tuvo que soportar la desaparición de Teresa. Él nos dejó a la edad de 96 años, rodeado de los suyos, como un héroe anónimo. Como tantos que tuvieron la desgracia de vivir en unos momentos, donde, sólo pensar de forma distinta a otros, era suficiente para que se produjeran unos hechos tan lamentables como la lucha entre hermanos.
 

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