| 
                     Mira, Carlos, hoy me vas a 
					permitir que haga una demostración de mi memoria, aunque me 
					exponga a que me digan que la memoria es la inteligencia de 
					los tontos. Pero es para recordarte que nos conocimos un 
					agosto de 1982.  
					 
					Ibas tú, Carlos, acompañado por Pedro Moreno. Quien 
					nos presentó en el Puerto Bahía. Un hotel de El Puerto de 
					Santa María donde estaba alojada la expedición de la 
					Agrupación Deportiva Ceuta. Que pocas horas después abriría 
					el torneo veraniego en el José del Cuvillo. 
					 
					Me hablaste de fútbol con pasión. Te reconociste seguidor 
					empedernido del equipo de tu pueblo. Y cantabas las 
					excelencias del Barcelona, porque además jugaba en ese 
					equipo Miguel Bernardo Bianchetti, ‘Migueli’. 
					Perteneciente a tu familia. A partir de ese momento, Carlos, 
					la amistad surgió entre nosotros. Amistad que ha perdurado 
					en el tiempo y que se hizo más recia en los últimos años. 
					Donde raro era el día en el cual no echáramos nuestra 
					parrafada en cuanto nos veíamos por la calle.  
					 
					Mira, Carlos, en El Puerto de Santa María nos vimos por 
					primera vez y en ese mismo pueblo disfrutamos de una Feria 
					de Primavera y del Vino Fino, cuanto tú estabas todavía con 
					ganas de beberte la vida a chorros. Cuando toda tu ilusión 
					consistía en ser cada día mejor viceconsejero de Festejos. 
					Porque andabas sobrado en las cosas fundamentales. 
					 
					De esa Feria, donde la alegría contagiosa de sus gentes nos 
					hizo vibrar, tengo en mi casa, en la salita donde escribo, 
					un cuadro que te había regalado la concejalía de Turismo de 
					mi pueblo y que tú me ofreciste, meses después. Meses en los 
					que la enfermedad, mensajera de la muerte, ya se había 
					cebado contigo. También lucen en los anaqueles de mi 
					escritorio los dos libros que me regalaste.  
					 
					Mira, Carlos, en los últimos tiempos yo te miraba sin querer 
					mirarte. Con el único fin de que tú no descubrieras en mí la 
					tristeza interior que en un momento determinado podía 
					aflorar al verte luchando denodadamente contra lo que decían 
					que era una lucha estéril. 
					 
					Pero yo, amigo, me aferraba a la idea de que se podía 
					producir el milagro. El milagro de una recuperación que te 
					pusiera nuevamente en disposición de tenerte entre nosotros 
					y disfrutar de ese proceder tuyo que jamás causaba el menor 
					inconveniente entre quienes te frecuentábamos. 
					 
					Mira Carlos, no creas que vas a conseguir que me ponga ahora 
					a regalarte ditirambos porque te has anticipado a acudir a 
					esa cita a la que todos estamos destinados a presentarnos. 
					Quítate de la cabeza que me ponga a escribir, en estas 
					circunstancias, que has sido una persona excelente y el 
					mejor marido del mundo. Ya que a mí sólo se me ocurre, 
					amigo, con algunas lágrimas golpeando las teclas del 
					ordenador, decirte que eras un tío cojonudo. Un tío de 
					verdad. 
					 
					Mira, Carlos, de lo tuyo me he enterado durante la mañana de 
					un viernes caluroso, porque me lo comunicó Ángel Muñoz. 
					Y allá que salí corriendo hacia donde tú estabas. Y lo 
					primero que hice es abrazar a tu hermano. Y tuve que hacerme 
					el fuerte para... no ponerme a moquear. Lo demás, amigo, y 
					dado que tú has sido testigo de muchas situaciones como la 
					tuya, consistió en lo de siempre: hablar y hablar con otras 
					personas para sobrellevar tu pérdida. 
   |