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OPINIÓN - VIERNES, 17 DE JULIO DE 2009

 
OPINIÓN / POLITICAMENTE INCORRECTO

La enfermera

Por Luis Parodi


Desconozco tu rostro, pero te imagino como la mujer más hermosa que conozco, con unos ojos empañados tras el color cobrizo que deja el llanto y con unas mejillas azotadas, de un color rojizo, vapuleadas por el dedo acusador del soberbio. Fuiste un bebé hace 22 años, pasaste una infancia, más o menos difícil, pero llena de sobresaltos, como tu adolescencia, la que acabas de abandonar siendo una cría. Te enamoraste y te enamoraron. Se lo ocultabas a tus padres, pero se lo contabas a tu mejor amiga en la clandestinidad que permite el cuarto de baño femenino de un instituto. Maduraste rápido, tuviste las ideas claras y fuiste valiente, perseverante, terminando la diplomatura con los de tu promoción, siendo al fin y al cabo una chica normal. Tus calificaciones en los exámenes y tus ansias por colaborar en este país repleto de políticos mentecatos te valieron para conseguir un puesto de trabajo en el Gregorio Marañón, el hospital de los hospitales, el que cada dos por tres es adulado en los telediarios. Allí llevabas poco tiempo, estabas contenta, muy contenta, aunque pronto empezaste a criticar, menos clandestinamente esta vez, las deficiencias de un hospital infalible y carismático que rebajó el idealismo que profesabas a la Medicina. Lo típico. Pero ser una más del gremio te hacía feliz. Te fijabas en las veteranas y actuabas como ellas, aunque por dentro gozaras de cada minuto como la que más, porque estabas trabajando en medio de una crisis que a ti ni te iba ni te venía, pero contra la que luchabas con tu modesto salario de principiante. Y de mierda. Hacías lo que te habían enseñado en la facultad y esa felicidad era incomparable al dinero, que sólo te ha servido para comprar ropa, ponerte guapa los sábados y planear tu primer viaje, soñar tu primer coche o tu independencia. Podrías haberte escondido tras las cortinas del paro, en un escenario anónimo, improductivo, acudiendo al papel de víctima de la sociedad y chupando de la sangre que ofrecen los políticos a cambio de votos. Pero elegiste el papel más difícil y el escenario más honrado.

Te atribuyen la muerte de Rayan, un sietemesino al que otros ya habían matado antes y que no hubiera muerto si a la madre la hubieran atendido la primera vez que acudió al hospital. Todos lanzamos la piedra, primero, el padre de Rayan con su maleducada tristeza, que ya no tendrá derecho a equivocarse nunca. Ahora te miramos a ti, tan pequeña y tan hermosa dentro de la incubadora, padeciendo el mundo real que te ha rebanado la niñez y que dejará diminuto cualquier sufrimiento anterior. Por Dios que salgas viva, enfermera, y que vuelvas a enamorarte de todo, ya hecha mujer.
 

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