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OPINIÓN - MARTES, 11 DE AGOSTO DE 2009

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

La tarima
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Algunos padres, yo diría mejor, abuelos, nos recuerdan que las aulas de antes poseían una tarima, desde donde el maestro colocaba su mesa y su silla, por supuesto a distancia prudencial de la pizarra, e impartía el desarrollo de las clases. A veces, abandonaba su situación privilegiada y se movía por los pasillos que dejaban las mesas. Pero, buena parte de las sesiones diarias –mañana y tarde- las pasaba sentado en su pedestal. Mi primera escuela, sus aulas eran de esta característica.

Se refieren a que, recién entrada la democracia en España, se debatía la conveniencia o no, de eliminar la tarima, que ya de por sí emblemática, porque era un símbolo de autoritarismo. En algunos colegios las construyeron de mampostería, ya que los planos así lo indicarían; en otros, era una plataforma de madera, por lo tanto movible, y a poca altura del suelo, aproximadamente a unos veinte centímetros.

Dejan por sentado que, en efecto, el sistema era autoritario, donde al parecer, por el sólo hecho de eliminar la tarima, se pasaba de ese sistema, donde se establecía y se respetaba la autoridad del maestro, a otro en el que ya no la tenía. En esos momentos, los papeles se cambian, y, en muchas escuelas, se establece una especie de tiranía por parte del alumnado, y ante esta situación, la respuesta de los maestros es la resignación y, en ocasiones, el miedo.

Y hasta que no se reformen las leyes educativas –continúan diciendo los denunciantes- no podremos poner freno a esta locura en la que la sociedad tiene parte de culpa, fomentando la violencia por medio de determinados programas televisivos –la bien llamada telebasura- plagados de “presentadores” y “tertulianos” carentes de ética, ni valores intelectuales. Ante esta situación, hay que cambiar las leyes educativas…

Yo fui “maestro de la tarima”. Después de transcurridos tantos años, pienso que la tarima no era la culpable de este “exceso” de autoridad por parte de los maestros. Había otros componentes que “colaboraban” con ella. En la mesa del maestro se encontraba la “omnipresente” palmenta, con la que algunos “especializados maestros la manejaban de manera sancionadora, estableciendo en todo momento “el principio de autoridad”. Unos palmetazos a tiempo, significaban que los alumnos –todavía existía la segregación por sexos- se mantendrían en orden.

Junto a la palmeta, existía la imaginación del maestro para mantener la disciplina en el aula, recurriendo a otros métodos, como la utilización de las manos para pegar bofetadas, tirones de orejas, “coscorrones”… Y el castigo de pie mirando a la pared, o de rodillas, apoyada sobre garbanzos y los brazos en cruz con sendos pesados libros. Y con la aparición de los sofisticados borradores, sustitutos de los trapos que se utilizaban, algunos maestros se convirtieron en atletas especializados en sus lanzamientos, buscando la cabeza del díscolo alumno.

Y en un plano más didáctico, cuando los alumnos cometía faltas de ortografía, a repetir bastantes veces, bien escritas las palabras, 100, 200… o repetir la lección no aprendida, también muchas veces.

Con todos estos recursos puestos al servicio del “principio de autoridad” los maestros caímos en el “principio de autoritarismo”, es decir, “partidarios extremado del principio de autoridad” o imposición a los demás de nuestra autoridad.

Un padre con dos hijos, uno en la ESO y el otro en Primaria, en charla animada, me comentaba que, en efecto, la escuela ha cambiado mucho, pero para peor. Él recuerda cómo su padre conseguía que su conducta en la escuela fuese lo mejor. Para tal fin, con relativa frecuencia, visitaba al maestro y le indicaba que si mi comportamiento no era el adecuado, que no dudara en castigarme. Yo, que no me portaba muy mal, en algunas ocasiones sí que recibí algún que otro “premio” de los que entonces se utilizaban. Eran otros tiempos, porque en los momentos actuales, bajo ningún concepto voy a permitir que mis hijos sean agredidos por el maestro. Baste decir, que yo no les pongo “una mano encima”. Si ello ocurriera, no tendría más remedio que “vérmelas” con el maestro, porque a mis hijos ¡nadie les pegan!

Bien cierto es, que una parte importante de los docentes, están soportando y experimentando la violencia de adolescentes y adultos. Queda, pues, mucho por hacer. Somos muchos lo que estamos deseando encontrar un camino, acertando, para que la sociedad tome conciencia de que hay que intensificar la responsabilidad de la familia, en la transmisión de valores y hábitos saludables a sus hijos; si el profesorado se siente comprendido y apoyado frente a las agresiones y amenazas en el ámbito escolar, y sobre todo, si las administraciones competentes se toman en serio la educación de los alumnos.

Y retomando el objeto de esta colaboración, la influencia de la tarima en el comportamiento del docente, esos demandantes que vieron con entusiasmo que al desaparecer de las aulas, se encontrarían con una escuela totalmente “equilibrada”, sin “vencedores” ni “vencidos” y que demandan un cambio radical en el sistema educativo –dicen que se reformen las leyes educativas- conviene recordarles que en ello está el actual Ministro de Educación, buscando lo que él mismo ha venido a llamar “un gran Pacto Educativo en España”.

Al principio dije que era muy difícil, casi imposible. En los momentos actuales me mantengo, después de hacer un seguimiento a las distintas personalidades que intentan solucionar el problema. Me muestro, pues, escéptico. Los temas educativo están, en nuestras querida España, muy politizados. ¡Pero no deseo volver a los años de la tarima!
 

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