Entre Maestro/a y Profesor/a
siempre ha existido una clara diferencia, con respecto a su
función. Para los primeros, la enseñanza Primaria y
Educación Infantil; para los segundos, Bachillerato y
Universidad. Pero sucedió que cuando se estableció la Ley
General de Educación, la E.G.B (1970), los maestros y
maestras, quizás por entender el Ministerio de turno que con
ello nos dignificaban, pasamos todos a la categoría de
profesores –ellas serían profesoras-.
Se produjo una cierta “ríada” de entusiasmo en algunos
maestros y maestras, que rápidamente cambiaron sus tarjetas
de visita, para que figurara las palabras profesor o
profesora. Otros, no, ya que como estaban se sentían
cómodos. Pero, en nuestro país, con tantos cambios
legislativos, en 1990, se aplica la Ley llamada “LOGSE” y ¡oh,
sorpresa!, perdemos la categoría de “profesor” o “profesora”
y recobramos la de “maestro” y “maestra”, vigente hasta
ahora.
Pero, como existe una Ley que, mientras un maestro-profesor
con la EGB, Especialista, y posteriormente maestro con la
LOGSE, ya adscrito al primer ciclo de la ESO, estarán en los
Institutos compartiendo aulas y grupos con profesores.
Algunos, yo diría que todos, se sienten cómodos en los
Institutos, pero no olvidemos que son maestros o maestras.
He querido hacer esta página como un homenaje a todos los
maestros y maestras, en estos momentos de grandes
dificultades para realizar su magisterio, en un sistema
educativo lamentable con mil cambios. En general, mal
considerados, no como aquellos maestros de antaño que a
pesar de los discretos ingresos que percibían, gozaban de
una posición social que no tenía relación con la economía:
“Se daba la paradoja que estaban mal pagados, pero
socialmente gozaban de muchas consideración y respeto”.
Vale, para las maestras este dato: hasta 1884, cobraban un
tercio menos que los maestros. Tuvieron que pasar décadas
para igualarse con los maestros.
He querido recoger algunos testimonios de alumnos de
distintos momentos, sobre los recuerdos que guardan de sus
maestros y maestras:
Mari, alumna de la antigua Enseñanza Primaria: “Con mi
maestra me sentí muy unida. Su gran formación religiosa
influyó en mí. Los viernes por la tarde, con la Sta. nos
tocaba el Santo Rosario. Ella confiaba mucho en mí, pero en
una ocasión, la decepcioné. No pude responder a una
cuestión. Su mirada fue de comprensión. Prometí que no
ocurriría más. Al marcharse del colegio, me regaló un misal
y un devocionario. Desde Madrid, lugar donde estableció su
residencia, todos los años, por Navidad, me envíaba una
tarjeta de felicitación. Yo, casada, gracias a la influencia
de mi Maestra, conseguí la Titulación en Teología por la
UNED”.
Teresa, alumna de la EGB: “Para mí, el cambio de compartir
aula con alumnos, me supuso una gran decepción. Siempre
estuve con alumnas, pero con la nueva Ley, nos agruparon. No
es que tuviera temor al estar con ellos, porque ‘no me iban
a comer’. Era porque a mí me gustaba mucho los trabajos
manuales propios de las niñas, en especial “hacer punto de
cruz”, que, llegado el momento, disfrutaba. Además, por
razones que no sé explicar, mi maestra no promocionaba con
nosotros, y teníamos que decir adiós a una gran maestra, con
la que habíamos estado varios años. Al terminar 5º, nos
dijimos ¡adiós! Ya, en la Segunda Etapa, varios maestros, y
los trabajos manuales quedaban reducidos al dibujo
geométrico, que se me atravesaba. Pero, mi maestra, que nos
contaba bonitas historias, maravillosa.”
Fidel, alumno que fue de la República y final de la Guerra
Civil: “Yo en realidad, en aquellos tiempos, tuve que
agradecer mucho a mis padres, que me permitieron continuar
en la escuela hasta que tenía catorce años. Recuerdo que mi
colegio estaba situado en el Recinto. Yo tenía vocación de
maestro, pero mi familia no pudo costearse los estudios y me
colocaron en una tienda de ropas. Guardo gratísimos
recuerdos de mi maestro, que se preocupaba mucho por sus
alumnos. Como todos los maestros de la época, sobre su mesa
descansaba una palmeta, que procuraba usarla lo menos
posible. D. Liberato, que así se llamaba el maestro, causaba
mucho respeto. El tenía una gran obsesión por la escritura.
Nos hacía repetir varias veces las “planas” que nos mandaban
hacer. Yo relacionaba el nombre del maestro con la
República, “hombre libre” pensaba yo. Pero un día –quiero
recordar que era festivo- lo vi por la calle vestido de
falangista, por lo que la idea de que D. Liberato era
republicano, se me vino abajo. Pero el recuerdo de este gran
maestro, permanece en mí”. (Lo dicho por Fidel nos hace
pensar lo ocurrido durante la Guerra Civil, donde coexistían
dos escuelas: en la zona republicana se introduce un plan
innovador decretado en el 37; en la zona franquista se
impone un pensamiento conservador, condenando el
liberalismo, la coeducación… Los niños no estudian lo mismo
que las niñas y están separados. Se supone que su escuela
sería franquista).
Como párrafo de cierre, lo manifestado por D. Andrés Manjón,
creador de las Escuelas del Avemaría”. “El maestro/a que
sabe amar podrá educar, porque la educación es obra de amor;
pero ha de ser un amor sólido o bien fundado; universal o
que nadie se excluya; generoso, que todo lo sufre y da todo
cuanto puede; delicado, que al dar no ofenda; discreto,
prudente y práctico, que consiste en querer para otro lo
que, puesto en su caso, quisiera para sí”.
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