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OPINIÓN - JUEVES, 17 DE SEPTIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Pepe Bravo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hurgando en los cajones de un mueble de mi despacho, con ánimo de recrearme en los recuerdos escritos que con tanto celo guardo, encuentro una nota suya en la que me da las gracias por un detalle que tuve con él cuando nuestras relaciones se convirtieron en la antesala de una amistad verdadera, que su muerte echó por tierra.

El nombre de Pepe Bravo puede que a muchos les suene a chino. Y la verdad es que tampoco los gobernantes locales, tan dados a resaltar la importancia tenida por otros deportistas ceutíes, han hecho nada para festejar el extraordinario historial de quien fuera un futbolista admirado en Barcelona y querido por todos los compañeros que tuvo durante las temporadas pasadas en el club azulgrana.

Una vez, entrevistando a Domingo Balmanya, que había sido compañero de Bravo en el Gimnástic de Tarragona, siendo este equipo de Primera División, le pregunté por el jugador ceutí. Y don Domingo, a quien había tenido varias veces como adversario en el banquillo, me respondió así:

-Mira, noi, Pepe era pequeño de cuerpo pero un gigante cuando tocaba ponerse el traje de faena e ir a por los defensas que te asustaban ya con la mirada y te decían impropios y te daban patadas y pellizcos que te dejaban molido. Mas él, con su temperamento, velocidad y arrojo, los burlaba, una y otra vez, y hasta los amedrentaba. En cuanto a su fuerte carácter, había que entenderlo porque, antes o después, se convertía en ese gran compañero dispuesto siempre a dar la cara por sus amigos. Iba de frente y se le veía venir. Y Balmanya terminó preguntándome:

-¿Cómo está ahora?

-Bien, le respondí. Pues esta conversación la mantuve yo con Balmanya antes de que PB se metiera en la cama para no levantarse más.

Mi relación con Pepe fue tardía. Se hizo posible en el año 83. Antes sabía de su personalidad por lo que me contaba Ricardo Muñoz, alcalde de Ceuta, entonces. Y que siendo hincha azulgrana aprovechaba cualquier acontecimiento futbolístico para viajar con Bravo a Barcelona. Porque yendo con él, a RM se le abrían todas las puertas del barcelonismo y hasta vivía intensamente las amistades que en aquella Barcelona había dejado el extraordinario jugador ceutí.

Decía que mi relación con Pepe fue posible en 1983. Cuando un día me dijeron en el club de la Agrupación Deportiva Ceuta, sito en Rampa de Abastos, que a Bravo le apetecía viajar con la expedición a Badajoz. Y allá que di mi visto bueno para que el ex jugador del Barcelona viajara con nosotros y compartiera el mismo hotel.

Durante el viaje lo tuve como compañero de asiento en el barco y en el autocar y compartimos varias horas en la capital pacense. Tiempo suficiente para comprender que Bravo había leído hasta dejarse la vista arrasada. Y que gozaba de una cultura que se reservaba para las ocasiones en que alguien quisiera entrarle torcidamente. Así que, en cuanto supe que aquel hombre sabía hablar y decía cosas tan interesantes y que con él se podían tocar todos los temas, raro era el día en el cual no buscara la oportunidad de verle.

Valgan estas líneas, después de tres años sin referirme a Pepe Bravo, para tratar de seguir manteniendo viva su memoria.
 

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