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OPINIÓN - SÁBADO, 10 DE OCTUBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mensajes y cartas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hubo un tiempo en el cual mi correo electrónico se llenaba de mensajes. Ora dándome las consiguientes quejas por mis opiniones, ora halagándolas, ora poniéndome al tanto de asuntos para que manifestara mi particular visión, y tampoco faltaban los insultos.

Responder cada día a cuantos mensajes recibía no sólo me distraía de mis obligaciones primordiales, sino que en ocasiones los había que trataban de quitarme la porción de lucidez que ha de tener uno para defenderse en esto de escribir diariamente en periódicos. Y, aunque estoy ya muy ducho en lo tocante a mantener refriegas de las que exigen la daga bien dispuesta, no dudé en prescindir del correo electrónico.

Pero, de un tiempo a esta parte, me vienen enviando cartas. Varias han sido las que he recibido esta semana: una, con agradecimiento de persona que ha visto su nombre reflejado en este espacio, para bien; otra para mostrarme su desacuerdo por algún comentario. Y, desde luego, no han faltado las que portaban invitaciones y alguna que otra petición.

La penúltima carta que ha llegado a mi poder la firma J. Luis Aragón. Al cual no tengo el gusto de conocer. Y la ha enviado para amonestarme porque no le ha gustado el trato que le di a la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, cuando vino a inaugurar el Hospital Universitario. Eso sí, se justifica diciendo que lo hace a pesar de que él no es socialista. Explicaciones no pedidas... El señor Aragón, don Luis él, está en su derecho de protestarme lo que escribí sobre TJ. Y el mío consiste en responderle lo siguiente: en principio, gracias por ser lector de la columna. Y después decirle que nunca tuve la intención de molestar a la ministra. De cuya figura hice encendidos elogios. De aquella figura que a mí se me metió por los ojos, años atrás, cuando fue candidata a la alcaldía de Madrid.

Pero, habiendo tenido la oportunidad de ver a la ministra de cerca, en su reciente visita, comprobé que la brevedad de su cintura era ya cosa pasada. Y me salió del alma decirle que no se relajara en la mesa. Mas esa apreciación iba acompañada, cómo no, con la aclaración consiguiente: la ministra aún conserva reservas atractivas para dar y tomar. Y, por supuesto, no faltó el detalle: la elegancia de las mujeres va de fuera a dentro. Lo quiera don Luis o no. Máxime cuando éstas ocupan puestos destacados. Pero lo dicho nos llevaría a entrar en disquisiciones que propiciarían seguramente que saliera a relucir eso tan manido del machismo y bla, bla, bla. Y no estoy dispuesto a entrar en ese terreno porque si de algo puedo presumir es de mi pasión por el sexo femenino. Ah, “... un caballero por naturaleza, la peor clase de caballero que conozco”. Comparto la opinión de Oscar Wilde.

Acabo de recibir una carta desagradable. Alguien me cuenta un caso de posible incesto. La leo y decido no prestarle la menor atención. No aparecen nombres. Pero deja entrever claramente las intenciones del remitente. Mi única respuesta es que para tales menesteres están los psicólogos. Puesto que semejante problema no admite bromas de ningún tipo.

Fuera de concurso. Vicente Álvarez: cómo es posible que hayas sido tan estúpido de echar diatribas contra mí, sin pensar en tu vida ni en la de los que te han jaleado para que lo hagas. Eres un necio. Peor aún: un tonto con balcón a la calle (registrado por A. Burgos).
 

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