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OPINIÓN - DOMINGO, 11 DE OCTUBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Historias dominicales
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Vicente Álvarez tuvo un tiempo en el cual no dejaba de mamar en el surtidor de ideas que decía tener Higinio Molina para arreglar los problemas de Ceuta. No olvidemos que éste -voz de la Transitoria Quinta- fue también el heraldo del GIL en esta ciudad. Ambos, Higinio y Vicente, habían disfrutado de lo lindo la presidencia de Jesús Fortes. El primero, por ejemplo, viajó a Bruselas, formando parte de una comitiva presidencial, de la que algunos de sus miembros, con dinero público, estuvieron visitando los prostíbulos holandeses.

Mas un día, de mediados de 1998, el surtidor de ideas comenzó a propalar que la decadencia de JF era evidente. Que había que tomar soluciones drásticas por el bien de Ceuta. Y lo primero que le preguntó, el tío de los dibujitos escatológicos, fue por la pasta gansa que se podía recibir prestándole toda clase de servicios a Antonio Sampietro. Fue entonces cuando trataron de reclutarme para la causa y me negué rotundamente. Y ocurrió que a Vicente se le escapó un comentario, que llegó a mis oídos, y recuerdo que lo corrí a gorrazos por toda la redacción del periódico donde prestábamos nuestros servicios.

Vicente es un pobre hombre que ha vivido hasta ahora pasando por lo que no es. Refugiado detrás de una tira populista, con olor a fritanga, y convencido de que sus muñequitos le concedían bula para hacer y deshacer a su antojo. Digo hasta ahora, porque, al estar probando las hieles de vivir a la intemperie, habrá de andarse con tiento desde este momento.

Vicente ha cometido, en principio, dos errores de bulto. El primero ha sido hacerse cargo del trabajo que le encargaron para echar diatribas contra mí. El segundo, despreciar al adversario. Que no es que sea muy listo, pero tampoco es tonto.

Vicente no supo encajar la crítica por comportarse indignamente con Pedro Gordillo. Y perdió los papeles. De modo que no tuve más remedio que llamarle foca. Y se revolvió con furia inusitada. Y principió a manejar expresiones taurinas y hasta se vistió de torero. Sin percatarse, como le dije, de que nombrar la soga en casa del ahorcado era prueba palpable de torpeza ilimitada. Pero Vicente, doliéndose del castigo en varas, aceptó sus cuernos, su suciedad, y también que la boca le olía igual que el orto –recto-. Pero le faltaba el par de banderillas de fuego. Así que le recomendé que bailara la danza del vientre. Y picó. Y a punto estuvo de provocar un lío monumental. Le puede dar gracias a una persona que me paró en el preciso momento que iba a explicarle lo de un baile que tiene maestro en la ciudad.

Por todo ello, me extraña que Vicente esté cansado de que se le mienten sus cuernos. Y la costra de su orto, por ser espeso, sucio, poco aseado. Vamos, que huele a zorruno. Merdellón, que diría una verdulera de Sevilla. Con todos mis respetos para ella. Vicente, además, se ha dispersado. Y, bravucón, amenaza con sus dibujitos dominicales. Cuando yo pido para que pueda recuperarse de sus problemas. Mientras tanto, eso sí, que no se mire al espejo...

(Fuera de concurso. Vicente Álvarez: acabo de recibir información. Y sé por qué te hastías ya de que yo hable en términos taurinos)
 

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