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OPINIÓN - LUNES, 19 DE OCTUBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

Pablo, un ejemplo
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Pablo Pineda, metido a actor, acaba de conseguir la “Concha de Plata” al mejor actor, en el reciente Festival de cine de San Sebastián por su trabajo en la película: “Yo, también” de los directores Álvaro Pastor y Antonio Naharro. El premio no ha sido producto de la casualidad, sino al trabajo bien hecho. Pablo, desde niño, apuntaba buenas maneras en el arte cinematográfico.

Pero, ¿quién es este Pablo? Es un chico con el Síndrome de Down, una anomalía genética ocasionada por la presencia de un cromosoma extra del par 21 en las células del organismo. También recibe el nombre de “trisomía 21”. Esta anomalía cromosómica origina alteraciones del desarrollo y funcionamiento de diversos órganos. La afectación del cerebro es la causa de la discapacidad intelectual. Pero la intensidad con que se manifiesta esta alteración es altamente variable de una persona a otra.

En el caso de Pablo, sus padres reaccionaron de inmediato y apostaron por él y decidieron dar a su vida un carácter absolutamente normal y ofrecerle las mismas oportunidades que el resto de sus hermanos mayores. Su padre se embarcó en la dura empresa y le enseñó a leer antes de que empezara a ir al colegio, donde finalizó la EGB sin excesivos problemas. Un competente Equipo de Orientación, aconsejaron al padre seguir adelante. Y conviene destacar que no había casos en Europa de chicos o chicas con el Síndrome de Down que cursaran estudios superiores. Y Pablo pudo con el Bachillerato. Además, con buenas puntuaciones, en especial en las asignaturas de Historia y Latín. Y ya en la recta final de su Bachillerato –de tres años-, sus profesores lo vieron claro: ¡Podía estudiar una carrera universitaria! Y le aconsejaron que estudiara Magisterio, aunque a él le gustaba más Derecho y Periodismo. Después de convertirse en un flamante maestro, siguió estudiando, eligiendo Psicopedagogía, de la que le queda cuatro asignaturas, paralizadas por su improvisada dedicación al cine.

El mensaje de Pablo, a sus 35 años, es el siguiente: “Crecí sin la protección que habitualmente rodean a las personas con Síndrome de Down. Eso me ayudó a comprender que en este mundo hay que saber sufrir; es absurdo ocultar la evidencia. Se lo digo constantemente a quienes tienen hijos en mi misma situación. No lo metáis en una urna, estimulados. Que prueben lo dulce y lo amargo de la vida, como las demás personas.”

Su madre se manifiesta así: “Mi marido y yo le apoyamos, pero el gran mérito es de Pablo. No habría llegado tan lejos sin su voluntad y esfuerzo. Durante unos años compaginó sus estudios con un empleo en el Área de Bienestar Social del Ayuntamiento de Málaga”.

Y, volviendo a Pablo, en su faceta de actor, afirma: “No nos engañemos: interpretar un papel en una película no te da el carnét de actor. Para hacer eso es necesario tener “oficio”. Pero sí podía recrear mi mundo interior, mis sentimientos, mis valores. Ante la cámara te desnudas, revelas tu intimidad. Eso ha sido lo más duro del rodaje. He llorado mucho, pero el equipo siempre me ha arropado.” Recuerda Pablo que los primeros días los compañeros le trataban con excesiva delicadeza. Hasta que dijo ¡basta! “Metedme caña, no pasa nada. ¡Si yo soy muy exigente conmigo mismo!

En San Sebastián se hizo famoso tras la proyección de “Yo, también”. Público y prensa le paraban en la calle y le decían que tenía posibilidades. El les daba las gracias, pero no se lo creía. Estaba recién llegado a Málaga cuando recibió una llamada del productor: “Pablo coge el primer vuelo y regresa, que has ganado”.

Pablo vive en estos días en una burbuja. Pensando en sus planes: liquidar esas cuatro asignaturas que se le resisten y preparar unas oposiciones para obtener una plaza en Bienestar Social. ¿Y el cine? “Tendría que pensármelo mucho. Este ha sido un proyecto especial, irrepetible. No será fácil encontrar algo parecido”.

Nuestro protagonista, rodeado de la gente que le quiere, con la característica modestia que posee; “En ese momento me acuerdo de quines me han apoyado, como es lógico, pero también pienso que soy un privilegiado por haber conseguido cosas que no están al alcance de cualquiera que haya sufrido un accidente cromosómico como yo”.

En mi experiencia con alumnos afectados con el Síndrome de Down, integrados en mi grupo, el aspecto más destacado, aparte los progresos académicos, era la aceptación por parte de sus compañeros, considerándolos como uno más. La inclusión de estos alumnos en grupos normales se puede considerar como muy conveniente y cuanto antes mejor, es decir, desde el primer año de Educación Infantil. De esta manera, los alumnos afectados por el Síndrome y el resto del grupo, se beneficiarían mutuamente. Y, por supuesto que las promociones se realicen con el mismo grupo.

Lo más grave para estos alumnos es verse rechazados. Por lo tanto es lo que hay que evitar. En las escuelas este problema está totalmente resuelto. Y la sociedad, en algunos casos, quizás tengamos que seguir aprendiendo, para que no ocurra, como hace unos años, que una joven con el síndrome de Down, que fue invitada a abandonar las primeras filas de asistentes a un programa de TV, que la trataron como si fuera alguien poco estético y que no merecía estar en la primera fila.

En nuestra sociedad un caso como el de Pablo, convertido ocasionalmente en actor de cine y universitario, no lo encontramos, pero sin duda hay numerosos casos de chicos y chicas que se encuentran desarrollando actividades laborales en distintas profesiones, dependiendo económicamente de ellos para llevar una vida normal.
 

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