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sociedad - LUNES, 2 DE NOVIEMBRE DE 2009


merenderos de Aranguren. reduan.

dia de la mochila
 

Una cita para todos los públicos,
sin límites ni horarios

García Aldave y el monte Hacho se convierten en escenarios de encuentro entre seres queridos donde la naturaleza y el descanso se dan la mano en una tradición que no cambia desde la antigüedad
 

CEUTA
Cristina Marzán

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Poco tardaron los flamantes rayos de sol en dar colorido a las espectaculares zonas verdes del paisaje ceutí. En cuestión de instantes y con la entrada del mediodía fueron desapareciendo las misteriosas nubes que envolvieron de enigma los montes de García Aldave y el Hacho. Un enigma que se perdía con la risueña mirada de los niños, las increíbles sonrisas de los abuelos, el aroma a frutos con sabor salado, la bienvenida al Día de la Mochila.

El mirador de Isabel II fue el lugar de encuentro de los más jóvenes, deseosos de que en futuras ediciones la cita se convirtiese en un fin de semana de acampada con alas de libertad. “Venimos a pasar el día porque todavía tenemos catorce años y no nos dejan estar aquí solos por la noche. Entonces traemos las mochilas con castañas, nueces, bocadillos y más frutos secos. Estamos todo el día charlando, escuchando música y jugamos a las cartas entre todos los amigos”, explicaba Sara en su visión de la cita.

Las carreteras fueron adquiriendo a lo largo de la jornada mayor protagonismo e incluso los caminos de arena entre montañas quedaron colapsados por los numerosos ceutíes, encantados de contactar con la naturaleza gracias a las buenas temperaturas. “Nos concentramos toda la familia ya que somos siete hermanos y nos traemos a los pequeñitos. Procuramos organizar alguna excursión por la mañana y otra por la tarde para que los niños se entretengan ya que son como caballos desbocados que necesitan campo para divertirse. Les enseñamos las sendas del bosque, les explicamos la vegetación existente, algunos animales que podemos ver, cómo deben ir pero cuesta porque son pequeños. Así que nos queda el que conozcan el monte”, argumentaba Rafael Ruiz.

Las vistas al mar, para muchos, fueron imprescindibles en ese amor y respeto por la madre tierra. De ahí que los merenderos de Calamocarro resultasen aún más extravagantes para familias muy numerosas y algunas, golosas. “Venimos unos 25 para pasar el día; hemos venido por la mañana, preparamos esto y a lo largo de la jornada traemos más cosas. Tenemos dulces, chocolates, golosinas, castañas y nueces y luego, la tarta. Cuando oscurece levantamos el campamento y nos vamos y los niños acaban tan cansado de haber disfrutado, que se bañan y caen rendidos”, confesaba Victoria Morales. Generación tras generación, la visita a los cementerios el uno de noviembre y el Día de la Mochila han caminado de la mano con costumbres que han pasado de padres a hijo, de abuelos a nietos.

Pero a pesar de que las tradiciones no se pierden en la ciudad autónoma, sí que existe un recuerdo vago del nacimiento de esta celebración. Aunque gracias a nuestros mayores, la mirada a la historia está asegurada. “Antiguamente, en el siglo II, la gente iba a visitar a los difuntos para ponerles flores el uno de noviembre; como los caminos eran muy largos, las personas se echaban la mochila al hombro con frutos secos y pequeños alimentos al igual que ocurre en el camino de Santiago. Y desde entonces, eso fue a más y más, y le pusieron la Mochila convirtiéndose en una tradición que incluso en la península, por ceutíes que viven en otros lugares, se va imitando”, narraba una ceutí.

Pasan los años, cambian las generaciones, el mundo se transforma, pero el Día de la Mochila pervive y los montes ceutíes continúan cobrando vida en el Día de la Mochila. Una cita en la que los juegos, las risas, los dulces y los recuerdos florecen pero siempre con la misma intensidad.
 


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