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OPINIÓN - LUNES, 2 DE NOVIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Se impone la piedad
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Pedro Gordillo es heterosexual. Sí, ya sé que acostarse con personas de diferente sexo no está muy bien visto en la actualidad. Porque lo que se lleva, y mucho, es ser homosexual.

Aclarando: a mí las orientaciones sexuales de los demás me la traen floja. Incluso me puedo permitir el lujo de hacerme el artículo como persona muy tolerante con las orientaciones sexuales de los demás. Pero quede constancia que a mí me siguen gustando las mujeres por encima de todas las cosas habidas y por haber.

Por tal motivo, entiendo que los hombres se suelan perder por la bragueta. Y casi siempre por acostarse con mujeres cuyos problemas son peores que los suyos. De manera que si hacemos caso a lo que se ha publicado ya a escala nacional, en relación con la dimisión impuesta a Gordillo de todos sus cargos por parte del presidente de la Ciudad, debemos pensar que es lo que le ha ocurrido a quien hasta hace nada era uno de los hombres más poderoso de esta ciudad.

Poderoso y, por tanto, rodeado de enemigos por todas partes. Enemigos que han ido siguiendo las huellas fogosas de una persona que un día se dio cuenta de que la castidad es la más innatural de las perversiones sexuales (Aldous Huxley) y trató de recuperar el tiempo perdido. Sin caer en la cuenta de que estaba siendo sometido a una constante vigilancia por parte de los otros.

Ay, Pedro, Pedro Gordillo, me imagino lo que debes estar pasando cuando te has visto expuesto a la sevicia pública. Te imagino tratando de obtener el perdón de tu mujer por todo lo ocurrido. Y hasta buscando consuelo en los brazos de tu hijo. Por quien me consta que sientes pasión. Y, aunque yo te he tratado nada y menos y jamás he necesitado de tus favores, quiero recordarte que ante situaciones como la tuya, a mí me puede la piedad.

Sentimiento, Pedro, que no excluye mi reconocimiento de que has estado jugando con fuego sin saber que el primer deber de quien lo hace es tratar de no quemarse. En ese aspecto, y dejando a un lado cualquier lección de moralina puritana, permíteme decirte que te has dormido en los laureles. Que has pecado de confianza cuando era de dominio público ciertas veleidades tuyas pregonadas por los de siempre: por esos fulanos, y fulanas, perdón, que andan a la caza y captura de los líos de sábanas para hacer negocios.

Sería absurdo pedirte, Pedro, en la situación que te encuentras, que pienses bien. Que ponga todas tus ideas en orden y que, cuanto antes, te veamos por Ceuta. Paseando con la mirada al frente y el andar sereno. Pero quien escribe, porque sí, porque le da la gana, quiere darte el consejo. Un consejo que tampoco me va a salir gratis, ya que tus enemigos, que son tantos, lo serán también míos. Bueno, ya lo eran desde que venían tramando sambenitarte. Hundirte en la miseria y el oprobio. Lo cual me hará crecerme.

Ah, te diré que me censuré el artículo del sábado, escrito antes de tu dimisión, porque al dimitir tú ya no tenía sentido lo escrito sobre tu persona.

Ya ves, Pedro, quién nos lo iba a decir, tantos años sin mirarnos a la cara y ahora me tienes dándote ánimos en momentos donde te están quemando en la hoguera inquisitoria. O sea.
 

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