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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 11 DE NOVIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

Mi reencuentro con la UNED
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Como lo pensé, lo hice. Aunque yo me sentía muy cómodo habiendo conseguido mi titulación de Maestro de Enseñanza Primaria, me incorporé a una nueva aventura: conseguir mi licenciatura en Ciencias de la Educación. El camino estaba fácil, ya que podría hacerlo en la UNED, que llevaba unos años funcionando en nuestra ciudad y, además, en régimen nocturno.

Esto de la “nocturnidad”, en mis anteriores proyectos me sirvió para conseguirlo. En primer lugar, mi “modesto” Bachillerato Elemental, de cuatro años con Reválida. Yo, ya tenía una buena base, al conseguir el título de Mecánico Fresador de 3º Categoría, con Premio Especial, otorgado al alumno con mejor rendimiento académico, al finalizar los cuatro de años de aprendizaje, el “Premio Elorza”, que nos permitía acceder a una plaza como operario en el Parque de Artillería, cuando éste se encontraba en la Plaza de Africa, donde hoy se ubica “El Parador de la Muralla”.

Mis estudios profesionales, conseguidos en la Escuela de Formación Profesional, no eran reconocidos oficialmente, es decir, no se podían convalidar, de ahí, que no tuve más remedio que matricularme en el Instituto “Siete Colinas” en ese régimen nocturno aludido anteriormente.

En segundo lugar, para iniciar mis estudios de Magisterio, también en régimen nocturno, se me abrieron las puertas para, alternando mis ocupaciones laborales, intentar conseguir el título de Maestro. El primer curso lo inicié en el Centro Educativo situado en la “Marina” edificio que ya se encontraba en pésimas condiciones, por lo que se aconsejó una nueva instalación –curso 1964/65- en donde, todavía se conserva. Allí finalicé mis estudios, consiguiendo mi título de Maestro, accediendo de inmediato a las oposiciones y obteniendo una plaza de Maestro Nacional, y diciendo ¡adiós! A mi querido Parque de artillería, ya ubicado en el antiguo “Cuartel de las Heras”.

Y, por último, mi tercera oportunidad “nocturna”, para conseguir mi licenciatura en Ciencias de la Educación. Aquel verano del 82 fue muy duro, en mi intento de superar el Curso de Adaptación –Curso Puente-. Lo conseguí en la convocatoria de Septiembre y, de inmediato, la matrícula para iniciar la carrera, que constaba de tres cursos. A mí me supuso cuatro e interminables años, hasta llegado Septiembre del 86, conseguir mi propósito.

En el transcurso de ese periodo, dos asignaturas se me “atragantaron”: “Fundamentos Biológicos de la Personalidad y “Teoría de la Educación”.

Sobre los “Fundamentos”, asignatura de abundante contenido del cuerpo humano, daba la impresión que más que una carrera de pedagogía, el alumno hacía Medicina. Lo peor era el horario de la tutoría. El tutor era un médico militar, psiquiatra, que aparecía cuando finalizaba su consulta particular. Era una vez a la semana y se puede decir que ese día sus alumnos cerrábamos la UNED. Nos daban más de las once de la noche.

Me atrevo a contar una anécdota, relacionada con nuestra salida de tutoría. Yo ya no podía utilizar el autobús que me conducía a mi domicilio –Barriada de Villajovita-, porque ya había realizado su último servicio y no tenía más remedio que utilizar el taxi. En una ocasión, el primero de la fila no podía solicitarlo, ya que el taxista estaba acompañado por una señora. Pero, sorprendentemente, me invitó a que subiera y me colocara en los asientos traseros. En principio, yo no entendí nada. Una vez en el interior me explicó que la acompañante era su señora, y que parte de la jornada nocturna la utilizaba para “seleccionar” a los posibles usuarios. Si el solicitante era algún sospechoso, decía que estaba ocupado, porque ya había sufrido algunos atracos. Yo no resulté sospechoso y me trasladó a mi domicilio.

En aquellos tiempos la UNED estaba ubicada en la “Plaza Vieja”. Las instalaciones utilizadas daban la impresión que anteriormente habían servido como vivienda –un piso- de la que se aprovechaba todos los espacios, convertidos en aulas, bibliotecas, despacho, secretaría…

Las aulas empleadas como espacios tutoriales, generalmente eran utilizadas por varios tutores a la vez, y en algunos casos hacían colas. Las más espaciosas era utilizada como lugar de exámenes, donde los alumnos se encontraban hacinados, colocados por materias distintas para evitar el “copieteo”, que se hacía difícil por la proximidad de los profesores vigilantes, que venían de la sede central. Algunos alumnos fueron sorprendidos ante la tentación de copiarse, pero eran “cazados” y consiguientemente expulsados.
 

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