| Ángel Muñoz, gerente de 
					este periódico, suele telefonearme para ponerme al tanto de 
					cualquier asunto que él crea de interés para mí. Máxime 
					cuando sabe que por las tardes, salvo excepciones, siempre 
					me encuentra en casa. 
 El jueves pasado, sin ir más lejos, Ángel tardó nada y menos 
					en comunicarme que el presidente de la Ciudad, Juan 
					Vivas, se sometería a las preguntas de cuatro 
					periodistas en RTVCE. Y me informó de que el programa, 
					grabado por la tarde, sería emitido a las diez de la noche.
 
 Y pensé que, al fin, el presidente iba a sacarnos de dudas 
					en relación con ese escándalo causado por la grabación de un 
					vídeo cuyo contenido hizo que Pedro Gordillo se 
					sintiera más achacoso que nunca y decidiera dimitir de todos 
					sus cargos. Y diez minutos antes del tiempo previsto para 
					que principiara el espectáculo ya estaba yo sentado en 
					cómoda butaca de la salita de estar ante el televisor.
 
 Pero que si quieres arroz, Catalina. O sea, que después de 
					una hora de parloteo, créanme, que se apoderó de mí una 
					confusión que hasta entonces no había tenido con respecto a 
					un caso que ya está bajo dominio de la Justicia.
 
 El presentador del programa, cada día más redicho, comenzó 
					diciéndonos que la entrevista con el presidente era para que 
					éste nos hablara de la remodelación del gobierno. Con lo 
					fácil que le hubiera sido decirnos que Vivas nos iba a 
					hablar de los cambios que se habían producido por la 
					dimisión de Gordillo.
 
 Presidente, yo no sé quién le dijo que era el momento 
					propicio para salir en la televisión y hacerse con las 
					riendas del programa. Pero quien lo hizo, se lo digo de 
					verdad, no debe tenerle mucho afecto. Un programa donde el 
					presentador intervino más de la cuenta y los preguntadores 
					menos de lo debido.
 
 Mire, presidente, yo me niego a creer que con la que está 
					cayendo haya sido usted el que ha creído conveniente ponerse 
					delante de las cámaras para supeditarse a un interrogatorio 
					que parecía hecho a la medida de telespectadores de 
					coeficiente intelectual mínimo. Y se lo digo por saber 
					sobradamente que su caletre es más que destacado.
 
 No, presidente, no; un hombre de su cordura e inteligencia 
					si decide enfrentarse a las cámaras, en estos momentos, es 
					para dar la talla que tiene como gobernante. Esa que le está 
					haciendo ganar elecciones por mayoría absoluta. Y que, como 
					bien le decía la semana pasada, le concede poder. Poder que 
					unido a la autoridad que le otorga la estima de los 
					ciudadanos, mayoritariamente, hacen posible que su figura no 
					sufra apenas merma por lo ocurrido. Es decir, porque unos 
					chantajistas decidieran incitar a una mujer para que ésta 
					luciendo cuerpo grabase las apetencias carnales de un varón 
					en celo. Cosas de bragueta sin importancia. Ya que ni hubo 
					concesión de empleo ni de vivienda.
 
 Presidente: la próxima vez que decida someterse a un 
					interrogatorio en la televisión, procure usted cerciorarse 
					de que los inquisidores puedan hacer su trabajo de manera 
					que podamos disfrutar de su inteligencia. Y así no será 
					insultada la inteligencia de los demás. De no ser así, y 
					aunque me consta que usted no es muy amigo de los consejos, 
					el mío, humilde donde los hubiere, es que lo mejor sería que 
					permaneciera silencioso. Y, además, olvidándose de 
					Carracao.
 
 |