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OPINIÓN - JUEVES, 3 DE DICIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Crónicas parlamentarias
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Pasé la tarde de anteayer leyendo, una vez más, ‘Semblanzas’: libro en el cual Pedro Sainz Rodríguez hace un bosquejo físico, moral y biográfico de personalidades como Unamuno, Ramón y Cajal, Manuel de Falla, Ortega y Gasset, Pemán, y muchas más entre las que se encuentra J. Martínez Ruiz, ‘Azorín’.

Y cuando llegué a la semblanza del escritor, periodista y político, nacido en Monóvar (Alicante), maestro, entre otros géneros, de la crónica parlamentaria, con la que consiguió éxitos indiscutibles en las páginas de ABC, me acordé inmediatamente de cómo se siguen desaprovechando los plenos locales. Sesiones a las que debería asistir alguien y hacer comentarios sobre ellas.

No es la primera vez, y tampoco será la última, que le dedico atención al asunto de los plenos por creer que el tratamiento periodístico que se les dispensa es insuficiente. Ahora bien, insuficiente no quiere decir que quienes cubren el acto político incumplan con su deber de informar. Quede clara la cuestión. No vaya a ser que se me hieran susceptibilidades y haya que darles explicaciones innecesarias a espíritus tan sensibles.

A lo que iba: que la crónica, en este caso parlamentaria, es un género periodístico que admite las valoraciones, aunque tampoco le haga ascos a la información, con la ventaja de que la subjetividad tiene más cabida que en la noticia. De la crónica se dice que es una información más elaborada, comentada y firmada; es decir, personalizada. Lo cual ayuda lo suyo a que el autor de ella consiga ganarse el favor de muchos lectores. Por lo que esa sección, verdad de Perogrullo, repercutirá favorablemente en el medio.

En mi caso, nunca me he cansado de airear cómo me chiflaba cubrir los plenos para describir el ambiente y recrear, en la medida de mis posibilidades, de qué manera se expresaban los concejales, ahora diputados. Sin desdeñar tampoco el prestarles oído a los secretos y entresijos de la política local. Debo confesar, cómo no, que en aquel tiempo y en cuanto ponía los pies en el edificio municipal, había ya personas interesadas en ponerme al tanto de cuestiones que me servían para que la crónica tuviera ese interés que lo secundario suele despertar entre los lectores. Y bien que las aprovechaba yo para romper la baraja de la costumbre. La cual no deja de ser vida ya vivida. Vida gastada. Cuando lo que necesitamos es brinco e innovación.

Pero sería absurdo seguir hablando de la crónica parlamentaria sin decir que ésta ha de ser literaria. Y que hay que esmerarse en su redacción. Y que hay que recubrirla de conversaciones, de dimes y diretes... Y destacar, por encima de todo, los detalles que pasan inadvertidos incluso para los propios participantes de la sesión.

Tarea que exige atención para resaltar pormenores de la vestimenta. Las miradas que se cruzan los políticos. Quién dormita a cada paso. Se impone estar pendiente de los gestos, de los tiques, de las filias o fobias. Y, sobre todo, de cómo se expresan.

Yo puntuaba al orador de turno: si decía a nivel de, en vez de en relación con, le daba una puntuación baja; si hablaba de contemplar, donde convenía hacer uso del considerar, ídem; y qué decir de los que dinamizaban cuando tocaba agilizar o de los que especulaban en vez de conjeturar. Con tales ingredientes, créanme, se hacen unas crónicas parlamentarias desenfadas, atractivas, y muy leídas. Que es de lo que se trata.
 

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