Siempre he sentido una gran
admiración, por todas aquellas personas que saliendo de la
nada, se hicieron con su esfuerzo y trabajo un puesto en la
sociedad, sin necesidad de que ningún dedo protector
impulsara su figura para convertirlo en un personaje, sin
más méritos que ese dedo protector o esa papeleta de la
tómbola de la vida que le ha llevado a creerse que es
alguien, cuando siguen siendo unos don nadie, manejados como
monigotes por ese dedo protector o por la papeleta, de la
tómbola de la vida que alguien le metió en el bolsillo y de
la que, siempre, habría de responder a aquel que se la puso.
Uno de esos hombres a los que yo admiro por haberse hecho ha
sido mi gran amigo, a pesar de la diferencia de edad que nos
separa, Antonio Benítez, al que se le ha concedido la
Medalla de Oro al Mérito al Trabajo, a propuesta del
delegado del Gobierno, José Fernández Chacón.
Me siento enormemente feliz por esa Medalla de Oro al Mérito
al Trabajo que va a recibir de manos del ministro mi amigo.
Pues si alguien tiene méritos más que suficiente para ese
reconocimiento es Antonio Benítez.
Me he preguntado: ¿cuánto tiempo hace qué conozco a
Antonio?. Y la repuesta ha sido rápida, de toda la vida.
Pues era un chaval, cuando, Antonio, vivía con su esposa
Manolita en el Callejón del Lobo, el mejor callejón del
mundo y con algunos de sus hijos, pues aún quedaba por venir
al mundo, si no me equivoco, el más pequeño.
La frase de que detrás de un gran hombre, siempre hay una
gran mujer, se hace la mayor de las realidades en estos
momentos pues, Manolita, ha sido para su Antonio, esa
compañera que todos deseamos tener, como compañera hasta el
final de nuestros días y como madre de nuestros hijos.
Si hay una crónica, que más que crónica parece eco de
sociedad, que más me complace hacer, es la que estoy
haciendo, por la gran alegría que supone que a un gran
hombre, persona extraordinaria en todos los ordenes de la
vida y, encima, amigo y lector asiduo a cuanto escribo, se
le haya concedido lo que por méritos propios, por luchador
infatigable, saliendo de la nada, labrándose un porvenir,
haciéndose asimismo como es el caso de Antonio, se merecía
sin duda alguna. Porque, en este caso, la duda ofende.
Es tal tu grandeza amigo, que según tus palabras lo que más
te duele es no haber nacido en esta tierra a la que tanto
quieres, por lo que siente envidia de tus hijos, que son
caballas auténticos.
No debes sentir envidia alguna, Antonio, porque si tú no
llegas a poner la semilla, jamás hubiesen existido esos
hijos tuyos. Caballas de corazón y de sentimientos Debes
sentirte orgulloso, porque tú le has dado, a esta tierra que
tanto amas, el valor de esos frutos caballas, que son tus
hijos.
No hace faltar nacer aquí, y menos tú, para sentirse caballa
de corazón, porque ser caballa, no es sólo por nacer aquí,
si no por un sentimiento de amor. Y ese sentimiento de amor
a Ceuta, como joyero que eres, lo llevas grabado en lo más
profundo de tu corazón. Tú más a Ceuta y Ceuta, te quiere
como a un hijo. Felicidades, Antonio.
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