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OPINIÓN - VIERNES, 11 DE DICIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Luis Márquez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Diciembre es mes de añoranzas. Y por más que uno intente desentenderse de la costumbre, le resulta imposible no mirar a veces hacia atrás aun a costa de pasar más de una noche toledana o de ponerse más blando que una breva pasada de temporada.

A mí me ha gustado siempre hacerme el fuerte. Aguantar las tarascadas recordatorias de las fechas que se aproximan, diciéndome a cada paso que éstas no lograrán ponerme tierno, sensible, sentimental... Y a fe que aguanto lo indecible.

Sin embargo, cuando menos lo espero, es decir, cuando estoy levantando una copa para celebrar lo bien que estoy resistiendo los embates impresionables de días tan señalados en el calendario, caigo en la cuenta de que me puede el ambiente y es entonces cuando trato por todos los medios de que mis sentimientos no acaben siendo sensibleros. Pues no olvidemos que existe una línea tenue entre sensibilidad y sensiblería.

El miércoles, día 9, hablando con un gran aficionado al fútbol, joven y con conocimientos sobrados de este deporte, éste sacó relucir el entusiasmo con que los hermanos Márquez, Manolo, Pepe y Luis, vivían el fútbol en el Alfonso Murube. Y de pronto, con una rapidez inusitada, salieron a flote algunos momentos vividos por mí en diciembre de 1982.

Ese año de 1982, y concretamente del 8 de diciembre al 12, Luis Márquez, cuya pasión futbolística quedaba reflejada en las gradas del Murube, fue a visitarme porque quería viajar a Las Baleares, donde la Agrupación Deportiva Ceuta tenía que jugar dos partidos en las Islas. Uno, aplazado, frente al Poblense, entrenado por Serra Ferrer; y otro, frente al Mallorca, dirigido por Antonio Oviedo.

Autoricé, previa charla con el presidente, el viaje de Luis en la expedición y hasta le di la oportunidad de sentarse en el banquillo, como delegado, en ambos partidos. Gracias a la gentileza que siempre tuvo hacia mi persona, Antonio Fernández, delegado titular, cuyo fallecimiento he sentido siempre en la misma medida que no he dejado de recordarle.

Aquel diciembre fue especial en mi vida. Y para Luis, si la memoria no le falla, también lo debió de ser. Aunque por motivos muy distintos. Porque ese mes recibió una de las mayores satisfacciones como aficionado al fútbol: ver por primera vez, junto al entrenador, al equipo de sus amores.

El partido fue emocionante y trepidante... Jugado en un auténtico barrizal, pues llovía a cántaros desde hacía varias horas. Y acabó con empate a tres. Y a Luis no le dio un jamacuco de milagro.

Aquella noche, tras regresar a Palma, la felicidad de Luis rezumaba por todos los poros de su enorme humanidad. Y no dudó en gastarse un dineral en dulces, bombones y ensaimadas para agasajar a los jugadores que le habían manteado, momentos antes, con el consiguiente riesgo para todos.

Y es que Luis debutó con buen bajío. Y así lo entendieron los futbolistas... siempre tan supersticiosos. Y decidieron dedicarle también el partido siguiente. Y el éxito volvió a acompañarnos en el Luis Sitjar.

Luego, cuando Luis Márquez se hizo delegado casi perpetuo, y comenzó a chanelar de la cosa, perdimos la amistad por un quítame allá esas pajas. Lo cual no es impedimento para que yo haya decidido escribir de él en fechas tan señaladas.
 

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