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OPINIÓN - DOMINGO, 13 DE DICIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
@elpueblodeceuta.com
 

Con esto de hablar tanto de la celebración de una de nuestras principales tradiciones, como es la navidad, me viene a la memoria un hecho real acaecido por aquellas fechas en nuestra tierra.

Una tierra que, en aquellos tiempos, los bares acostumbraban a poner mesas y sillas, como si de unas terrazas se trataran en las aceras a donde estaban situado sus locales. Tan era así que, en ocasiones, se tenía que bajar usted de la acera, para no molestar al personal sentado en esas terrazas.

En esas terrazas acostumbraban a sentarse y tomar su café o su refresco “la creme de la creme” de la sociedad ceutí. Servidos por supuesto, qué menos, por camareros perfectamente ataviados con pantalón negro, chaqueta blanca y su correspondiente pajarita.

Estos camareros servían los cafés portando dos cafeteras, una con café y la otra con leche y, por supuesto, siempre a lo que el cliente quería que le sirviese. Una vez con más leche, otra con menos y en ocasiones para los muy cafeteros, café sólo.

Pero esta tierra ha tenido una idiosincrasia especial, en la que sus personajes aparentaban, en la mayoría de las ocasiones, lo que no era. Y así, muchos que tenían el estómago haciéndole más ruido que un acordeón, en vez de echarle algo para acallar esos ruidos se sentaban, en el Vicentino, para tomarse un café y, de esa forma, dar a entender que pertenecían a la clase elegida, con capacidad de mirar a los pobres por encima del hombro. ¡Anda que no “planchaba” nada sentarse, en la terraza del Vicentino a tomar un café!.

Acababa de llegar a mí tierra e iba paseando con mí padre cuando, dejándome llevar por esa rebeldía que me ha cateterizado siempre, le dije “Papá vamos a sentarnos a tomar un café en el Vicentino”. Mí padre, con su boina calada, me miró como si estuviese viendo a un fantasma, mientras me decía bajito:”Niño tú está loco, no sabes lo que estás diciendo. Mira a la terraza, allí está nada menos que sentado con su señora don fulano.

Ahí es donde entraba esa rebeldía, pues jamás, he considerado que nadie sea más que nadie Le pregunté a mí padre ¿y qué es don fulano más que nosotros?. Papá nos vamos a sentar y nos vamos a tomar un café. Me importan tres pepinos quien esté sentado en la terraza, se llame como se llame. Si no quieres acompañarme lo haré yo sólo.

Mi padre me conocía perfectamente y sabía que, aunque fuese sólo, me iba a sentar a tomarme un café. Por fin cedió y nos sentamos. Pero antes de sentarse, mi padre se quitó la boina y saludó a quien él llamaba don fulano. Por supuesto, que para mí, era un señor igual que otro.

Viendo que mí padre, cada vez que pasaba por delante de la terraza, se levantaba, se quitaba la boina y saludaba a todos los don fulanos que pasaban. No pude remediarlo. Por favor, papá, no te quites la boina más delante de nadie porque, todos esos, son personas igual que nosotros.

Creó que mí padre sufrió lo suyo y que el café no le sentó bien. Cuando llegó a casa y se lo contó a mi madre, esta estalló en una carcajada. ¡Que bien me conocía mí madre!.
 

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