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OPINIÓN - DOMINGO, 13 DE DICIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

El deseo sexual
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando se habla de fundamentalismo religioso, conviene mirar hacia atrás para cerciorarse de cómo la Iglesia ha ido evolucionando a fin de situarse en posiciones más acordes con los tiempos que corren. Logros conseguidos por los católicos, todo hay que decirlo, tras enormes esfuerzos para vencer la resistencia numantina de la política de los gobernantes eclesiásticos de los cristianos, sobre todo en cuanto concierne al sexo.

La casta severidad de los padres de la Iglesia en todo lo relacionado con el trato entre uno y otro sexo procedía de un principio: “El aborrecimiento hacia cualquier placer que pudiera gratificar la naturaleza sensual y degradar la naturaleza espiritual del hombre”. La de veces que habremos oído decir que si Adán hubiera mantenido la obediencia al Creador, habría vivido para siempre en un estado de pureza virginal y algún inofensivo modo de vegetación habría poblado el paraíso con una raza de seres inocentes e inmortales.

En la Iglesia primitiva, el uso del matrimonio se aceptaba como un recurso necesario para mantener la especie humana y como restricción, si bien imperfecta, de la natural licenciosidad del deseo. Pero aquellos hombres, ortodoxos por los cuatro costados, se resistían a aprobar una institución que se veían obligados a tolerar. De modo que la asaeteaban con estrictas aplicaciones morales.

De ahí que la enumeración de las caprichosas leyes que impusieron con gran detalle al lecho matrimonial harían sonreír, sin duda, a los jóvenes y sonrojar a las damas. De ahí nace que un primer matrimonio resultaba adecuado para todos los fines naturales y sociales. Y el vínculo sexual se depuró hasta asimilarlo a la unión mística de Cristo con la Iglesia, y se declaró su indisolubilidad frente al divorcio o la muerte.

Por lo tanto, la práctica de unas segundas nupcias se condenó con el nombre de adulterio legal, y los culpables de tan escandalosa ofensa contra la pureza cristiana pronto quedaron excluidos de los honores e incluso de los brazos, de la Iglesia. Tratado el deseo como un crimen y tolerado el matrimonio como una imperfección, según he leído infinidad de veces, resultaba coherente con estos principios considerar el celibato como el estado más próximo a la perfección divina.

Me imagino, pues, que en aquellos entonces habría ya alguien diciendo también que la castidad es la más innatural de las perversiones sexuales. O cualquier otro tipo parecido a Woody Allen, que se hubiera preguntado lo siguiente: ¿Es sucio el sexo? Y se hubiera respondido: Sólo si se practica correctamente.

En fin, que otra vez vuelve a resonar con fuerza, por parte de los padres de la Iglesia y debido al debate sobre cuanto acontece alrededor del aborto, los mensajes retrógrados de alcoba. Cuando el manoseado sexo, como la muerte, debería ser un tema privado y bendecido a lo grande cuando sus resultados consigan, además, que por medio de él alcancen las parejas el amor.

Porque yo soy de los convencidos de que lo que abre las puertas del amor es el deseo sexual y no al revés. Eso sí, respeto todas las opiniones contrarias. Faltaría más. Pero lo que me parece absurdo es que se vuelva a hablar del deseo sexual como la causa de todos nuestros males. Y me pregunto: ¿qué sería de nosotros sin el buen yantar ni el bien folgar?
 

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