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OPINIÓN - MARTES, 15 DE DICIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Manolo Ruiz Sosa
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Nos caímos bien desde que un día nos presentaron en Piscinas Sevilla. Hizo de maestro de ceremonias Ángel Alfaro Torres, conocido por “Pepe Alfaro” -también fallecido hace dos años-, que acababa de incorporarse al Sevilla como técnico. Y a quien yo conocía debido a mi deambular por los banquillos de los campos andaluces. Corría el último años de los ‘felices sesenta’.

Recuerdo que se quedó a observar cómo dirigía yo un entrenamiento de la plantilla del Écija, en uno de los campos del ya citado recinto, porque habíamos acordado tomar luego un piscolabis como excusa para seguir charlando de fútbol. Cosa rara en él, pues tenía entendido que Manolo Ruiz Sosa siempre se había mostrado reacio a hablar de los entresijos del fútbol con cualquiera, así por las buenas. Pero Alfaro, que siempre me distinguió con su amistad, me puso al tanto de que Manolito estaba muy interesado en saber si yo chamullaba de la cosa.

Así que nada más terminar mi trabajo, acudí presto a reunirme con ellos y estuvimos un par de horas hablando de nuestra pasión: el deporte rey. Eso sí, bien pronto expuse en la reunión los grandes recuerdos que de él tenía yo como futbolista. Y saqué a relucir aquella final de la Copa del Generalísimo frente al Madrid, en el Bernabéu. Donde errores de Mut y Maraver dieron a Puskas la oportunidad de empatar el partido y luego llegó la derrota de un Sevilla que había acorralado a los madridistas, gracias a la enorme labor de Ruiz Sosa- Achucarro.

Le conté también el día que tuve la suerte de verle jugar con el Coria en el viejo campo de Dato, en El Puerto de Santa María, allá en 1955. Y me rebatió ese hecho, con esa manera suya tan peculiar que tenía de no estar de acuerdo con algo. Pero yo insistí, aportando la prueba: fuiste además agredido por un jugador veterano, llamado Maiño y que era de Cádiz. Y saltó como impulsado por un resorte: “¡Ah, Maiño fue siempre un gran amigo mío!”.

Le dije que no pensara que trataba de regalarle el oído si le decía que nunca antes que a él había yo visto jugar de manera tan excelente en el medio campo. Porque él, el Ruiz Sosa de sus mejores años, tenía todas las cualidades para brillar en la zona vital del terreno de juego. No se arrugaba nunca; marcaba impecablemente; era resistente hasta agotar a los que le veíamos correr; lucía una técnica estupenda y hasta se gustaba en cada lance del juego. Verle manejar el partido, incluso sacando de banda, era una forma de descubrir en él ya sus conocimientos del juego, que luego acabaría poniendo en práctica como entrenador.

Una etapa en la cual lo tuve enfrente muchas veces. Ora cuando entrenaba al Alcoyano; ora al Jaén; ya en el Granada; ya en el Algeciras; ya en el Linares o bien en el Córdoba. Y en todos esos encuentros, durante varias temporadas, antes de luchar denodadamente por la victoria, procurábamos vernos en el hotel para pasar un rato dialogando.

Recuerdo siempre las palabras que Manolo Ruiz Sosa me dedicaba siempre: “Si yo me supiera expresar como tú, seguramente habría entrenado en Primera División toda mi vida”. Y yo le respondía: Manolito, mira, si yo hubiera jugado tan bien como tú y en equipos tan grandes, no te quepa la menor duda de que sería ya entrenador del Sevilla. Su muerte me deja sin un gran amigo.
 

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