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OPINIÓN - SÁBADO, 9 DE ENERO DE 2010

 
OPINIÓN

Sensacionalismo vs rigurosidad

Por Antonio Gómez


El amarillismo no tiene una buena reputación ni en el medio ni tampoco entre el público, ya que se considera una muy mala vía para desarrollar el periodismo, lo cual no implica que no exista; por el contrario, el amarillismo, es decir, la información sin ningun tipo de escrúpulos es propia de acomplejados incapaces de promover seguidores en base a contrastar evitando que la realidad no estropee un buen titular, lo que se convierte en una manifiesta irresponsabilidad ante la sociedad y aunque se pretenda disfrazar de información -erre que erre- sin torcer humildemente el brazo de la equivocación. La soberbia es una mala compañera de profesión, y el ‘arosteguizamiento’, a fe que también. Los hechos están ahí, en cada una de las comparecencias electorales de los últimos 10 años.

Ejercer el sensacionalismo, el amarillismo, es un arma de doble filo donde se busca contar o mostrar aspectos de una noticia que no tienen como fin comunicar para el bien de la comunidad, salvo el de mantener el criterio de la inquina personal o particular hacia otro. En este sentido, calificar de sumiso al responsable es tanto como tildar al insumiso de terrorista informativo.

En el caso de la seguridad en Ceuta, pocas veces antes de esta época se ha actuado con tanta profesionalidad entre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Los datos así lo revelan, los resultados también. Plasmar titulares sensacionalistas con el fin de llamar la atención, más el ‘sostenella y no enmedalla’, es una afrenta directa a la tranquilidad social cuando los hechos objetivos no dan para establecer una correlación causa-efecto por inacción, además de ser un insulto a la inteligencia.

Pero claro, decir que un medio es amarillista, o tiene una tendencia por el amarillismo es, en pocas palabras, decir que es inescrupuloso, que carece de ética, de responsabilidad social, pero, sobre todo, que se aprovecha del dolor o de los malos momentos de otros para lograr una mayor audiencia y obtener más beneficios económicos. Eso lo dicen los libros. Y también que la prensa amarilla tergiversa la información, inventa noticias, resalta el morbo, incentiva la violencia y banaliza la vida social.

Los grandes teóricos de la prensa española de los años 70 y 80, que convirtieron al periodismo español en referente mundial y materia de estudio en todas las escuelas de comunicación, establecieron que el periodismo tiene por objeto hacer efectivo el derecho de la gente a saber. Los periodistas y los periódicos, supuestamente, reúnen información, la contrastan, la amplían y la publican para que los lectores estén enterados y, con el poder que da la información, puedan actuar mejor en su realidad.

Esta idea choca con la visión neoliberal. La visión del periodismo de William Randolph Hearst, pues, el “periodismo amarillista”, que sustituye la información por titulares engañosos, exagera los acontecimientos, promueve el escándalo, atiza el sensacionalismo, busca proselitizar para vender productos diversos y oculta la información que podría moderar, aclarar o de otro modo desactivar el escándalo. Y ese periodismo amarillista, antiperiodismo puro, define las prácticas de ‘exitosos’ empresarios sin escrúpulos.

Pero, sin embargo, llega un punto en que la comunidad reacciona. Pasó con Hearst: sectores religiosos, políticos, sociales, etc., se le opusieron. Sobre todo cuando apoyó a Hitler, a quien hizo columnista de sus periodicuchos. Los medios son poderosos, pero no todopoderosos; lo que demuestra que no hay poder absoluto. Solo hay poderes más poderosos que otros. Y todo poder expira. Cuestión de tiempo.

Uno de los vicios del poder es creerse absoluto y eterno. Una inmediatez relampagueante lo conduce a esa idea tan perversa como ingenua. Se necesita una sobredosis de sabiduría para entender que todo poder es limitado y temporal. Que aun los dictadores más estables son biodegradables, porque se mueren.

Hay gente que pierde el poder por torpe y pasa años batiéndose como niño malcriado. Pero si ese torpe se junta con un medio sensacionalista, la mezcla se convierte en un espectáculo tan rocambolesco como divertido por lo circense y absurdo.
 

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