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OPINIÓN - MARTES, 12 DE ENERO DE 2010

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

¡Adiós a un maestro!
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

El pasado día 3 de los corrientes nos dejó D. Ignacio, después de una larga enfermedad y permanecer hospitalizado tres semanas en el Hospital Civil. Ignacio Tendero no pudo superar esta asignatura, él que se había visto comprometido con otras y, éstas sí, las aprobó.

Nuestra trayectoria como estudiantes y, posteriormente profesional, estuvo íntimamente relacionada. Juntos emprendimos nuestros estudios de Bachillerato Magisterio. Ambos procedíamos del mundo laboral. Ignacio como empleado de una Agencia de Consignaciones de buques –gran mecanógrafo y mejor pendolista-; yo como empleado del desaparecido Parque de Artillería. Nuestros estudios de Bachillerato los iniciamos y terminamos en el Instituto “Siete Colinas”, en régimen nocturno; los de Magisterio en la Normal de nuestra ciudad, también en régimen nocturno.

Conseguido el título de Maestro, Ignacio, al mismo tiempo que yo, nos presentamos en la primera oportunidad a las Oposiciones para Maestro Nacional. Las preparamos juntos y nuestro esfuerzo se vio recompensado: plazas para los dos.

Llegado el tiempo de nuestro destino, los dos, junto a otros compañeros, fuimos enviados a la Delegación de Cádiz para la elección de colegios. Allí nos ofrecieron colegios de varias localidades y elegimos Barbate. Dos razones nos hicieron elegir al magnífico pueblo de Barbate: la primera, que nos ofrecían vivienda; la segunda, un lugar con una costa y playas estupendas, para sentirnos como en nuestra propia casa.

El Delegado de Educación mostró su satisfacción, porque de esta forma Barbate iría cubriendo vacantes, muy necesarias, ya que en esos momentos –nos encontrábamos a 10 de Octubre, con el curso ya iniciado- era fundamental que las unidades que faltaban se fuesen cubriendo.

Con nuestras maletas sin abandonar nos dirigimos, sin pérdida de tiempo a coger el llamado “coche de la hora”, autobús con el que nos trasladamos a Barbate.

En este periplo inicial, nos acompañaba otro maestro, de Ceuta, Eusebio Pereira, ya fallecido, que tampoco le pareció mala idea nuestra elección. Así, que con un desconocimiento total de lo que teníamos que hacer, arribamos en la villa barbateña, sin abandonar nuestras maletas.

A uno de los tres se le ocurrió que teníamos que visitar al Sr. Alcalde. Era ya media tarde y teníamos que reponer fuerzas. Entramos en la desaparecida “Cafetería Atlántico” y tomamos un ligero refrigerio. Y, mientras, nuestras mentes planteándose lo de la visita al Sr. Alcalde. La amabilidad de un agente municipal nos indicó su domicilio, muy cerca de donde nos encontrábamos. Nos recibió una chica, que a nuestras indicaciones, se puso en contacto con el primer edil municipal, que despertó, porque en esos momentos dormía su siesta. Desde su lecho preguntó por los motivos de tan intempestiva visita. Informado que fue, amablemente nos indicó que por la mañana nos atendería el Presidente de la Junta de Educación, un maestro muy veterano, que de inmediato nos extendió el documento de “toma de posesión”, y que al día siguiente nos incorporábamos a nuestros centros de destino, cada uno en lugar distinto.

Como nuestro destino era provisional, estábamos expuestos a ser desplazados a otro lugar. Ignacio, previsor, al segundo año de estar en Barbate, solicitó plaza en la vecina localidad de Tarifa, en un centro de nueva construcción, moderno y donde ya pudo poner de manifiesto su valía, ya que al curso siguiente ya lo vemos destinado en un nuevo centro de Algeciras, por lo que administrativamente pasaba a se diezmilista.

Su estancia en Tarifa le permitió poner en marcha nuevos métodos de lecto-escritura, de la llamada “escuela Teresina”, por lo que su prestigio de buen maestro creció como la espuma. De ahí su rápido ascenso, inaugurando centros educativos dentro del Patronato del Campo de Gibraltar. Después de aguantar cinco años en Barbate, conseguí también acceder al Campo de Gibraltar, precisamente, de nuevo me encuentro con Ignacio, pero en centro distinto, en la barriada de Los Pastores, aunque nuestros contactos eran frecuentes. Precisamente, siempre había que aprender, observé el magnífico trabajo de coordinación que mantenía con un compañero que impartía el mismo nivel que él. Se trababa de un gran profesional, llamado Apolinar. Después de la jornada escolar se reunía para planificar, previas programaciones anuales y trimestrales, la diaria. Una labor muy meritoria en beneficio de la enseñanza. Ambos se encontraban muy satisfechos de la labor realizada.

Transcurridos unos años, yo ya destinado en Ceuta, después de permanecer un solo año en Algeciras, Ignacio deja Algeciras, y de nuevo nos encontramos juntos. El destino, nunca mejor empleada esta palabra, nos vuelve a unir. Ya por un largo período, interrumpido, por mi parte después de veinte años, por mi traslado al Juan Morejón. A Ignacio no le gustó mi cambio, pero si profesionalmente se produjo la separación, nuestra amistad no se sintió debilitada, al contrario, fortalecida.

Cuando sus problemas físicos aumenta, Ignacio, después de dejar una huella imborrable, de buen hacer, de haberse sentido útil a la sociedad, le conceden la baja anticipada por enfermedad y se refugia en su casa (acompañado de su familia) donde el olvido de todos es su mejor compañero. No existe. Él que se sentía un “fiel servidor de los demás”, se ve sumido en la más espantosa soledad. Y es significativo que esa sencilla ceremonia que anualmente celebra la ciudad homenajeando a sus profesores y maestros, llegado su momento, se olvidaron. Se reconoció sus méritos transcurridos tres años.

¡Adiós, amigo Ignacio! Tú que lo diste todo, que tanto te esforzaste para que tus niños dieran sus primeros pasos en la lecto-escritura, donde eras un magnífico MAESTRO, ellos, sí te recordarán.
 

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