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OPINIÓN - VIERNES, 12 DE FEBRERO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

La Medalla de Oro de la Ciudad
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Jesús Cordero me presentó a Mustafa Mizzian cuando los años 80 estaban empezando. Y a partir de ese momento, rara era la tarde en la cual no quedábamos citados en el Hotel La Muralla para tomar café y charlar.

Cordero y Mizzian se llevaban la mar de bien. Se profesaban afecto. Pero ese sentimiento no les impedía debatir de cuanto se encartara. Y, en ocasiones, hasta parecían que estaban a punto de salirse de madre. De llegar a las manos. Que así lo pensaba quien, sin conocerlos, estuviera presenciando el ardor que ponían exponiendo sus ideas. Sobre todo cuando decidían hablar del Apartheid.

De aquellas controversias entre ambos, es decir, entre Mustafa y Jesús, conservo yo los mejores recuerdos. Porque me permitió conocer a dos personas que se habían leído la Historia de España de principio a fin. Y la tenían grabada en la memoria a fuego. Y, claro, JC se subía por las paredes cuando recibía alguna contra esplendorosa de MM.

De JC me habían dicho que era un lector empedernido. Y también sabía que su cultura estaba basada en los recuerdos que atesoraba después de que se le hubieran olvidado muchas de las cosas leídas. Así que ninguna extrañeza me causaba oírle hablar de todo con conocimientos dignos de ser tenido muy en cuenta. Era, y creo que seguirá siéndolo, un magnífico contertulio. Sin duda.

En cambio, como a MM nadie me lo había celebrado como conversador ameno y muy preparado, confieso que me llevé una grata sorpresa al comprobar que merecía la pena escucharle atentamente sus reflexiones y sus opiniones. Aunque, como en el caso de Jesús, a veces no estuviera de acuerdo con lo que decía. Faltaría más.

Escribí, días atrás, cuando todavía mi estimado Mustafa Mizzian vivía, que nunca tuve de él la menor queja. Ni siquiera cuando mis críticas le fueron desfavorables. Y que hasta los últimos días de su vida me precié de tenerlo entre mis conocidos más allegados. Hoy, cuando aún tengo la impresión de que puedo hallármelo en la Avenida de Sánchez Prados, no puedo por menos destacar que gozaba de una cultura que para sí la quisieran muchos políticos.

Pero hay más. No olvidaré jamás la alegría que irradiaba el día en el cual estaba firmemente convencido de que iba a ser nombrado asesor del Consejo de Administración de Emvicesa. Nombramiento que estuvo esperando hasta que, al fin, se dio cuenta de que le habían engañado y hasta jurado en vano. Incluso las personas que tanto le debían.

A partir de entonces, el líder del PDSC ya no fue el mismo. Se había sentido usado y, desde luego, le costó trabajo aceptar que la Unión Demócrata Ceutí se hubiera opuesto rotundamente a su nombramiento cual asesor.

Mohamed Alí, tras la muerte de Mustafa Mizzian, ha pedido para éste la Medalla de Oro de la Ciudad. Merecida a todas luces. Pero a Mustafa, dado el amor que sentía por los suyos y especialmente por sus hijos, seguramente le habría hecho más tilín haber sido nombrado en vida asesor del Consejo de Administración de Emvicesa. Para haber estado presente en las obras de El Príncipe. Axioma.

(Intelectuales (!) muy considerados en Ceuta: Carlos M. Acosta Maza, Manuel Alba Ríos y María Asunción Ingesta Segura)
 

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