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OPINIÓN - DOMINGO, 21 DE FEBRERO DE 2010

 
OPINIÓN / Ceuta, ayer

Adoratrices en Ceuta: setenta y cinco años de presencia (II)

Por Antonio Martín


En el año 1936, la situación económica de las Adoratrices no permitía importantes desembolsos, por lo que las religiosas buscaban ayuda para que no les faltara regalos a las colegialas el día de Reyes, algo que no ocurrió gracias a la solidaridad demostrada por Rafael Orozco, quien envió numerosos objetos (juegos, tijeras, pizarras, jarrones de porcelana, etcétera…)

Al trabajo docente que venía desempeñando la congregación en la ciudad había que unir la labor católica, promoviendo que numerosas jóvenes realizaran su Primera Comunión tras un proceso de preparación que dirigían las religiosas.

Las elecciones celebradas el 16 de febrero de 1936 generaron varios cambios políticos. La victoria del Frente Popular de Izquierda provocó que ocho días después de los comicios, Antonio López Sánchez-Prado fuera nombrado nuevo alcalde de Ceuta, produciéndose también otros relevos en diferentes estamentos. Aunque inicialmente existía cierta inquietud, la subvención mensual a la que se había comprometido el Ayuntamiento, se mantuvo intacta, cobrándose con absoluta normalidad las 600 pesetas asignadas en su día. En la ciudad surgieron rumores sobre la preparación de un movimiento revolucionario.

El 20 de abril volvía a surgir la intranquilidad al tener conocimiento a través de una de las chicas de la academia nocturna del desalojo que habían sufrido los padres Agustinos. De nuevo, fueron numerosos los ofrecimientos de ayuda por parte de la población. Dos días después, y ante los comentarios pocos optimistas que circulaban en la ciudad en relación a la manifestación del 1º de mayo, María Inés de la Cruz remitió una carta al alcalde de la ciudad exponiéndole el sentir de las religiosas tras los últimos sucesos acaecidos y la incertidumbre que reinaba en la casa. La respuesta de Antonio López Sánchez-Prado, tal y como viene reflejado en las Crónicas, fue bastante tranquilizadora:

“Puedo asegurarle que vuestra seguridad está garantizada y me alegro de que Vd. Se haya dirigido a mí para tomar precauciones; no salgan de casa que nadie les molestará. No se marchen, pues creo tener la seguridad que nadie se atreverá a hacer nada contra el orden y vuestras personas”.

En vísperas de la manifestación –día 29 de abril- se presentaron en el portal de la casa-colegio “un teniente de Carabineros, un brigada y varios números” manifestando que tenían orden custodiar a las religiosas y que desde esa noche permanecería una pareja de agentes realizando guardia en el lugar de forma ininterrumpida. La vigilancia impuesta a petición del propio alcalde se prolongó hasta el día 3 de mayo

La manifestación del 1º de mayo no afectó a la vida cotidiana de las Adoratrices, aunque a lo largo de la noche se escucharon gritos contra las religiosas.

Sí se notó más la huelga general que se registró en la ciudad fechas después, especialmente por la falta de alimentos al estar los comercios cerrados. El propietario de un almacén de comestibles, padre de una colegiala, les ofreció alimentos y bastante pan, que fue posteriormente repartido entre aquellas personas que carecían de él al no encontrar ninguna posibilidad de adquirirlo.

Guerra Civil


Meses después de la implantación de la congregación de las Adoratrices en Ceuta estalló la Guerra Civil. Un día antes del alzamiento llegaron noticias al convento sobre la preparación de un movimiento militar, suscitado por el “malestar actual y acelerado por el duelo e indignación que había causado el asesinato del Sr. Calvo Sotelo”, aunque las hermanas no le dieron mucha credibilidad al haberse recibido en jornadas anteriores rumores similares.

La noche del 17 al 18 de julio transcurrió con normalidad en la casa, pero por la mañana un sacerdote que acudió a confesar a las hermanas y oficiar posteriormente una misa en honor a José Calvo Sotelo –ex ministro de Hacienda y diputado en las Cortes asesinado el 13 de julio- les comunicó que se había registrado durante la noche mucho movimiento y les informó sobre la presencia de las tropas en la calle. Horas después comprobaron como las azoteas cercanas estaban ocupadas por militares, y que soldados armados patrullaban la zona. El día, en el interior de la casa, sin embargo transcurrió tranquilo y la labor diaria se realizó con absoluta normalidad.

El 19 de julio recibieron la visita de un militar –sobrino de una de las religiosas- que les dijo que el plan del Ejército se estaba desarrollando “según se había previsto, aunque algunos puntos, sólo se conquistaban tras sangrienta lucha”.

Al día siguiente, tras unas noche sin incidentes en las inmediaciones de la casa-colegio y cuando se estaba realizando un vía-crucis se sintió un intenso bombardeo que se prolongó unos quince minutos. Los gritos procedentes de los pisos cercanos al convento no pasaron inadvertidos para las alumnas que quedaron impresionadas, aunque desconocían lo que realmente estaba ocurriendo. La hermana responsable de la clase al objeto de tranquilizarlas les comentó que se trataban de “salvas de alegría”.

Horas más tarde las hermanas supieron que el bombardeo procedía de un buque de guerra en el que se había sublevado la tripulación. Así quedó recogido en las Crónicas:

“Este hecho acentuó la intranquilidad en la población porque se temía que parte de la escuadra adoptase la misma actitud –que la tripulación- y cundió más al recibir las órdenes de no encender luz alguna desde las ocho de la noche; cerrar puertas y ventanas y no circular en absoluto a partir de esa hora. Así se realizó. En el puerto tan sólo se divisaba una luz a lo lejos, centelleo de algunos reflectores; esas lucecitas eran de tres o cuatro barcos que cruzaban el Estrecho. Un momento estuvimos contemplando este espectáculo verdaderamente impresionante; vimos cruzar a lo lejos resplandeciendo como una llamarada: era un aeroplano” .

Durante la noche dos hermanas permanecieron despiertas pendientes de lo que pudiera ocurrir. Los siguientes días transcurrieron con relativa tranquilidad en la casa, situación que se rompió el 25 de julio cuando sobre las seis y media de la mañana se inició un ataque naval. Los bombardeos no cesaron hasta las once de la mañana:

“Fue tan espantoso este bombardeo que al terminar, en inmensas caravanas la gente huía a los campos” Tras este intenso ataque la normalidad volvió a reinar en la casa-colegio.

Nueva casa

La casa-colegio se fue quedando pequeña, por lo que las Adoratrices sopesaron la posibilidad de buscar un nuevo hogar.

El Ayuntamiento al tener constancia de ello, propuso un edificio ubicado en la calle Serrano Orive que estaba siendo utilizado como escuela y que pronto iba a ser desocupado. La madre superiora decidió visitarlo, obteniendo una muy grata impresión, aunque el coste del alquiler casi duplicaba la cantidad que se estaba abonando. Desde el consistorio se comprometieron a pagar las aproximadamente 12.000 pesetas anuales que suponían adquirir en régimen de alquiler esta nueva casa.

Aunque la guerra continuaba su curso, la tranquilidad era la tónica predominante en el hogar de las Adoratrices. Pero el 20 de enero se registró un triste episodio:

“Día de verdadero luto; aviones enemigos lanzaron bombas en tremendo tableteo y nube de polvo y humo veíamos desde el patio. En nuestra acera huellas de sangre. El Señor nos libró pues muchas de estas bombas habían caído muy cerca de la Casa. Cayeron en su mayoría en la Plaza de Abastos causando unas sesenta víctimas entre muertos y heridos”.

Poco después, y a través de una de las colegialas se tiene conocimiento en el convento que una de las víctimas mortales había sido una joven de dieciséis años que meses antes había sido preparada por las Adoratrices para recibir su Primera Comunión.

Pese a que se solía celebrar con diferentes actos la onomástica de la madre superiora –Mª Inés de la Cruz-, debido al suceso ocurrido el día anterior tan sólo se oficia una misa.

Ese mismo día -21 de enero- la esposa del gobernador de Ceuta ofreció su coche para que las colegialas visitaran el santuario de Santa María Virgen de África, y les suplicara ayuda a la patrona para que concluyera cuanto antes la guerra.

El 10 de febrero se produce un nuevo bombardeo aéreo a las afueras de la ciudad, lo que obliga, siguiendo las órdenes dadas por las autoridades civiles, a desalojar la casa-colegio. A los pocos minutos cesó el ataque.

El traslado al nuevo hogar se realizó el 4 de marzo de 1937. Debido a la guerra se optó por no celebrar una fiesta de inauguración del nuevo hogar, aunque el 14 de marzo la comunidad de las Adoratrices invitó al alcalde de la ciudad, Fernando López-Canti Sánchez y a las familias Orozco, Meca y Blein a la misa que ofició el vicario de la Diócesis de Cádiz y Ceuta. Tras la misma, desayunaron y visitaron la casa-colegio. Tres días más tarde se formuló la misma invitación al gobernador y su familia, quienes asistieron a la misa que ofició en este caso, el párroco de la iglesia de Nuestra Señora de África, Bernabé Perpén. Posteriormente recorrieron las nuevas instalaciones.

Tras las vacaciones estivales, el 16 de septiembre se reanudaron las clases con tan sólo 25 chicas, puesto que el resto no disponían de uniforme –completamente negro con puños blancos-.

En el mes de octubre las alumnas matriculadas superaban las cincuenta, aunque el número de colegialas que mostraban su interés por pertenecer a la escuela era mucho mayor. Esta demanda hizo que las Adoratrices remitieran al Gobernador de Ceuta un escrito en el que le planteaban la necesidad de ampliar el colegio e incorporar nuevas aulas.

El 17 de agosto de 1938 comenzó en la iglesia de Nuestra Señora de África una novena en honor a Santa María Micaela. Por tal motivo se instaló un cuadro con la imagen de la fundadora de las Adoratrices.

Finalizada la Guerra Civil, las religiosas mostraron ante varios mandos militares pertenecientes al Cuerpo de Ingenieros su deseo de instalar un letrero en la fachada del hogar que reflejara el siguiente texto: ‘Alabado sea el Santísimo Sacramento’. Días después la petición se vio cumplida, y tras los trabajos previos de albañilería para implantar los soportes, seis soldados iniciaron las labores de colocación del luminoso -fabricado en metal y compuesto por más de cien bombillas-.
 

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