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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 24 DE FEBRERO DE 2010

 

OPINIÓN / SNIPER

Memoria de Sefarad
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Al calor de la conferencia sobre “Los Judíos de España”, pronunciada ayer en Ceuta por el escritor Jacobo Israel Garzón, parece oportuno incidir sobre la profunda huella que el judaísmo sefardí, netamente hispano, ejerció primero durante casi dos mil años en la Península Ibérica (su presencia es anterior a Roma) elevando Toledo, el hebreo Toledot, al rango de una “Segunda Jerusalén” trasladada, tras el infame Edicto de Expulsión de los Católicos Reyes en 1492 , al otro lado del Estrecho donde brilló con luz propia, hasta su eclipse en la década de los sesenta del siglo pasado, en Tetuán, la “Pequeña Jerusalén”.

Junto al investigador Israel Garzón, han sido numerosos los especialistas de prestigio que han abordado la fecunda presencia hebrea en el común solar hispano: si para el profesor Gonzalo Maeso (1972) “Por azares del destino, o más bien por una especial Providencia, Hesperia -Sefarad en la lengua hebraica- vino a ser una segunda patria para los hebreos diseminados en numerosos países de los tres continentes del Mundo Antiguo, como un reflector lejano, alzado en el Extremo Occidente, de la amada Sión, imán perpetuo del alma israelita”, este abigarrado colectivo humano fue fundamentalmente, como matiza el profesor Joseph Pérez (2005), más una religión y una cultura que una etnia, mientras que Felipe Torroba en su clásica obra sobre los judíos españoles (1967), parece seguir a Amador de los Ríos al afirmar su antigüedad, pues “Está probada la existencia de colonias hebreas junto a las fenicias”. Centrándonos en la compleja Edad Media y en su abrupto final, el profesor Luís Suárez (1980) proclama a los cuatro vientos que “Urge descubrir y concretar las huellas espirituales que los judíos han dejado en España”, mientras que el genial polígrafo Julio Caro Baroja (1978, segunda edición) se ocupa de rastrear, en su profunda investigación sobre los judíos en la España Moderna y Contemporánea, lo que llama con razón el lamentable y copioso “arsenal antijudío”, de rancio antisemitismo, eficazmente disfrazado en estos tiempos de puro y duro “antiisraelismo”.

En cualquier caso y asumiendo ya el notable impacto hebreo en la cultura occidental, siguiendo con el doctor Heszel Klepfisz (1975) entendemos que si cultura es lo que somos y civilización es lo que usamos, “El hebraísmo, más que ejercer influencia en lo que empleamos, dejó su impacto en lo que somos, en la misma sustancia del hombre occidental”, saltando con el tiempo a los retoños del Cristianismo y el Islam, solo entendibles en sus coordenadas ideológicas si descubrimos en su seno la común huella judía. Sin duda la relación de los sefardíes con España sigue aun viva, tanto en el idioma (ladino) como en el recuerdo, puesto que para los judíos como advierte el profesor -y ex presidente de Israel- Isaac Navón, cuya familia de origen aragonés se asentó en Jerusalén en 1670, tras vivir en Turquía varias generaciones, “España es como una enamorada que lo ha traicionado a uno, pero a lo que uno no ha dejado de amar”. Emoción y nostalgia, pero en ningún modo y en contraste con los otros hispanos expulsados de Al-Andalus, granadinos y moriscos, arisca y sempiterna reivindicación, cuya irredenta bandera hoy enarbola intentando patrimonializar el terrorismo yihadista de Al-Qaïda. Y es que, en este aspecto como en otros, la pacífica comunidad judía marca otra vez más una sutil diferencia.
 

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