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OPINIÓN - JUEVES, 18 DE MARZO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

El Azarías
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Homenaje de la Televisión al escritor que ha muerto. Parte de ese homenaje radica en proyectar las películas hechas de sus novelas. Veo ‘La sombra del ciprés es alargada’. Cuya versión cinematográfica, dirigida por Luis Alcoriza, nunca agradó a Miguel Delibes. Y así lo manifestó éste siempre que fue preguntado al respecto. Vuelvo a ver ‘Los santos inocentes’. Y me deleito con la actuación de Juan Diego, de Terele Pávez, de Agustín González, etcétera. Y, sobre todo, de la interpretación que hace Francisco Rabal del personaje de Azarías: un tonto.

Miguel Delibes, en ese librito delicioso, titulado ‘Pegar la hebra’ (donde nos invita a conocer y participar de los temas más diversos: las anécdotas de trato con personajes como Orson Welles, Francisco de Cossío o Joaquín Garrigues, entre otros), dedica un capítulo, ‘La mirada del actor’, a opinar acerca de cómo hay actores a los que afecta su paso del teatro al cine, o a la inversa, mientras otros, por ser versátiles, apenas notan el cambio.

Pero no se trata de recordar todo lo que nos dice el inmortal escritor de las diferencias existentes entre el cine y el teatro, desde que el primer plano vino a revolucionar la expresividad anteponiendo el gesto al ademán. Por aquello de que hay que tener en cuenta que a partir de la décima fila de butacas los rasgos del actor se difuminan, sus palabras se pierden, y entonces el actor, para hacerse comprender, debe reforzar no sólo el volumen de voz sino también su mímica. No. Se trata de reproducir la opinión que el escritor vallisoletano tenía de la interpretación de un tonto en una película.

-La interpretación de un tonto en una película suele ser muy socorrida. El exceso apenas se percibe; las dosis de gestos y ademanes no están tasadas, no claman. Y si además se le pone un pájaro en la mano, las posibilidades de acertar se multiplican.

Sin embargo, bien pronto aclara Delibes lo dicho para evitar interpretaciones erróneas. “En la interpretación del personaje de Azarías cabe la demasía, pero Francisco Rabal no incurre en ella. Su tonto es un tonto comedido, templado, absolutamente convincente”. Y a partir de ahí hace ya el artículo del gran Rabal, inconmensurable como actor.

De los tontos, que no suelen ser ni buenos ni agradecidos, nos libre Dios. Y, desde luego, si al tonto le da por incurrir en la demasía, en los excesos, en los ademanes improcedentes y chabacanos, en la sobreactuación por sistema, tenemos a un tonto que podría hacer de tonto toda la vida. Si nos atenemos a lo que pensaba el autor de ‘Los santos inocentes’: “El exceso apenas se percibe en la interpretación de un tonto en una película”.

Ahora bien, los tontos, a partir de la interpretación magistral que hiciera FR del personaje de Azarías, han tratado de parecerse a éste. Es decir, aspiran a ser tontos templados, comedidos, absolutamente convincentes. Para que de ellos, que los hay en todos los sitios, se pueda decir que destacan sobremanera como tontos por su gran parecido con el Azarías. Qué pena que nuestro tonto oficial no se haya dado cuenta aún del asunto. En fin, nadie es perfecto. Y este tonto nuestro, tan presuntuoso él, terminará metiendo la cabeza debajo del ala. Que es el sino de los tontos como él.

(Para combatir a ciertos tontos son necesarias inteligencias (!) como las mostradas por Santiago Vicente Pecino y Dani Vicente Muñoz.)
 

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