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OPINIÓN - JUEVES, 25 DE MARZO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

El manifiesto de enero
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

No cesan de preguntarme por qué al final de esta columna están apareciendo nombres de personas, desde hace un tiempo, con el fin de otorgarles méritos (!) que en su mayoría eran desconocidos por los lectores. Y a todas esas preguntas he ido respondiendo así: Me parecía una tremenda injusticia que tantas lumbreras estuvieran pasando inadvertidas en una ciudad pequeña.

Pero las respuestas serían incompletas si sólo se quedaran en tan escueta contestación. Y, por tanto, no he dudado en aclarar que mi decisión de destacar a gente tan brillante e ilustrada (!), de manera altruista, fue motivada hace dos meses exactamente. Y qué mejor que hacerlo en este espacio, impreso en la contraportada de un periódico que llega a prima mañana a todos los sitios.

Pero la gente, puesta ya en el tema, deseaba saber también el motivo al cual yo aludo para haber emprendido semejante tarea: la de ir aireando los nombres de tanto talento reunido en apenas diecinueve kilómetros cuadrados. Y ante la insistencia, como ustedes comprenderán, me veo obligado a seguir dando las explicaciones correspondientes.

Hace dos meses, concretamente un 24 de enero, día de San Francisco de Sales, los profesionales de los medios de comunicación, reunidos con amigos, familiares, y destacadas personalidades pertenecientes al mundo de las letras y las artes en general, acordaron firmar un manifiesto donde se me atribuía una importancia inmerecida. Y destacaban el buen uso que yo hacía de la tribuna que ‘El Pueblo de Ceuta’ me tiene cedida.

Todos sabemos, pues lo hemos leído muchas veces, que el manifiesto es un género literario muy usado por los escritores españoles y los intelectuales cuando algo los cabrea en la cosa política. Pero en este caso, he de reconocer que el dedicado a mi persona, en día tan señalado para los profesionales (?) del periodismo, contenía alabanzas por doquier. Era, sin duda, un documento preñado de estilo y sensatez y que sólo podía haber sido escrito por una mente sana y atiborrada de felicidad. Una de esas criaturas de las que nacen cada siglo. Y a la que pronto quise conocer para abrazarla y ponerme a disposición de ella, para lo que quisiera mandarme. Mas hete aquí que, desgraciadamente, me había sido imposible localizar a semejante criatura. Hasta ayer.

Ustedes saben, y si no yo se lo digo, que el manifiesto es un género literario que escribe uno y firman muchos. El manifiesto lo escribe uno, dice Umbral, por encargo de varios, que son los primeros que firman, y luego se añaden docenas de firmas adheridas que a lo mejor ni han leído el manifiesto, pero lo que quieren es salir en el periódico. Quienes firman manifiestos por salir en el periódico, sin leer el texto, pueden que estén firmando una gilipollez. O sea, que automáticamente se convierten en gilipollas. Que no es el caso de quienes firmaron el manifiesto dedicado a mi persona. El 24 de enero pasado. De creer yo que los firmantes del documento eran unos gilipollas, no los habría destacado en esta tribuna que tan inmerecidamente me cede el editor. Ahora bien, por obrar ya en mi poder el nombre del autor del escrito, más bien del inductor, que, aunque ágrafo, es militante destacado del patio de Monipodio, no tiene nada de extraño que en cualquier momento se me presente la oportunidad de felicitarle por la facilidad que tiene para embriagarse y convertirse en una figura cachondeable. Una pena...
 

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