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OPINIÓN - DOMINGO, 28 DE MARZO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

‘Los felices sesenta’
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fue un director de cine español, cuyo nombre no recuerdo, el que bautizó como “los felices sesenta” a una época que viví yo intensamente donde había que vivirla: en Madrid. Tampoco Barcelona era moco de pavo entonces para quienes salían de provincias buscando hacerse un sitio en cualquier actividad.

En el Madrid de los años 60, bien es verdad que seguía siendo imposible amarrar los perros con longanizas, pero se disfrutaba, lógicamente, de muchas más oportunidades que en los pueblos. En mi caso, debo decir que pronto tuve la suerte de poder llevar un tren de vida por encima de lo aceptable. De manera que podía permitirme el lujo, entre otros más, de tomar el aperitivo en la ‘Cafetería Bar Recoletos’. Establecimiento prohibitivo para los tiesos que no se arrimaban al costillaje de quienes manejaban la pasta adecuada.

En aquel Madrid, donde todavía Di Stéfano mandaba lo suyo, aunque jamás, a pesar de que había asumido bien pronto el casticismo y la pose de los “manolos”, se salió de madre, había periodistas que escribían de dulce, teniendo a lo sumo hecho el bachiller elemental. Y no todos. Periodistas que desfilaban por el paseo de Recoletos, y se adentraban en la cafetería de moda, con el único fin de aliviarse el gaznate gracias a la invitación de los conocidos pudientes que estuviesen apostados en la barra. De no ser así, tenían asumido que el propietario, Luis Elices, no les dejaría marchar sin nada que llevarse a la boca.

En ese sitio, conocí yo a muchos profesionales de la prensa que hacían entrevistas a personajes famosos que ni siquiera habían pisado la sala de tránsito del aeropuerto Madrid-Barajas. Periodistas que lampaban por ser invitados a cualquier cuchipanda para ahorrarse el gasto del menú de taberna y encima, cuando les era posible, llevarse el sobrante de croquetas para la cena.

De aquella época, hay nombres que hoy son famosos y están pagados muy bien por los editores o directores de periódicos –que, dicho sea de paso, no acostumbran a regalar el dinero-. Periodistas que acostumbraban a escribir, las más de las veces, ebrios de wisky. Pero como ellos decían, “las ideas y las metáforas no están en la botella, sino en la cabeza, y puede que en el hígado y los testículos”.

Lo que hace el wisky, sigo hablando por boca de ganso, es quemar la corteza de convencionalismos, costumbres, usos, rutinas y frases hechas. El wisky quema nuestra ropa vieja y burguesa y quema también la apariencia noble y notarial del idioma, para que alumbre otro idioma más intenso, vivo y sabio.

Siempre se ha dicho que el alcohol desinhibe. Había un rico en mi tierra de nacimiento que cuando bebía intentaba propasarse con cualquiera que se le pusiera a mano. Y si éste respondía airadamente, contestaba con celeridad: “Perdone usted, pero cuando me paso de vino me doy cuenta de que me gustan los hombres”.

A mi edad, y no porque los alifafes me lo impidan, yo he dejado de colocarme con wisky para escribir. Aunque seguramente tendré que decir, ante las quejas airadas de ciertos políticos, por algunos de mis inofensivos escritos, eso de perdónenme ustedes, el que a mí, cuando escribo embriagado, me dé por preguntarles si aceptan comisiones, mordidas y cosas por el estilo.
 

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