Una vez, “ya estado el hombre en nuestro planeta” se colocó
a la mujer con una muy primitiva designación, que nos
multiplicase.
Para dicha misión se la diferenció biológica y
sicológicamente de nosotros y gracias a esas diferencias, el
mundo creció, creció y creció hasta la superpoblacion que
ahora tenemos.
Cuando en el seno del PP, en un ciclo que se estaba
impartiendo sobre la economía y el empleo, al hablarse sobre
la discriminación en el mismo existente entre hombre y
mujer, expuse que el gran problema efectivo era la
diferenciación expuesta, las “feministas” me saltaron a la
yugular al interpretar que mis anteriores expresiones las
desigualaban, naturalmente.
Siendo ésta la única y real discriminación que la mujer
tiene para competir en el empleo con el hombre ya que los
dos componentes diferenciadores, el biológico y el
psicológico la han marcado tan sustancialmente, como para
crearle componentes distinguidores en la evolución de ambos
cuyos resultados han favorecido sustantivamente a la mujer.
Genéricamente hablando y sobre comportamientos milenarios,
en las relaciones hombre-mujer, lo primero que prima en el
hombre, es depositar la “semillita”, sin que en principio
exista otro componente para la conexión.
Sin embargo en la mujer, antes de llegar a lo de ahora, lo
primero que primaba era la selección del hombre que le
permitiera la estabilidad y seguridad necesaria para dar
satisfacción a sus necesidades sicológicas para procrear
hijos fuertes, y que su crianza fuese sólida y estable.
La distribución de funciones en la familia ha quedado
perfectamente definida a lo largo de la historia recayendo
en el varón el sustento y en la mujer el mantenimiento de la
familia.
Y en esta distribución milenaria han quedado genéticamente
marcados tanto el hombre como en la mujer características
tan elementales como:
-La orientación por parte del hombre.
-La territoriedad, la seguridad del hogar y su
administración por parte de la mujer.
Salvando estas ligeras distinciones, tanto el hombre como la
mujer son totalmente equivalentes.
El problema que se suscitó entre hombres y mujeres pudiera
venir implícito por la condición de que en el embarazo, la
única que en realidad pudiera saber de la paternidad del
gestado, era la propia mujer. Y ante el interrogante que se
le creaba al hombre éste o sea nosotros comenzamos a poneros
trabas hasta que conseguimos vuestra anulación como
individuo y como persona, como queda recogido implícitamente
en las religiones hechas por el hombre a imagen y semejanza
suya y las leyes que promulgó, dando lugar que durante
milenios viviese subordinada a él hasta extremos
incomprensibles para las generaciones actuales. Baste
señalar que en la década de los cincuenta subsistía la
creencia bastante generalizada en los “hombres” de que la
mujer era insensible a los juegos eróticos e impúdicas las
que manifestaban sensibilidad.
A la vez, creo recordar, todavía por los años 70, que la
mujer casada en trámite de separación necesitaba de su
futuro ex-marido, autorización de éste para poder cambiar de
domicilio “conyugal”. Y unos pocos años antes, en caso de
ser sorprendida por su marido, retozando con extraño, la
comprensión del sistema, permitía que el “cornudo” le diese
cuantos tiros o puñaladas quisiese, hasta matarla, ya que
sería castigado con la “intolerable pena” de seis meses o
algunos más de expulsión.
Largo anecdotario se podría exponer de las convivencias
entre hombres y mujeres, que bien se pudieran ejemplarizar
en las viudas de los cincuentas o primer lustro de los
sesenta, donde el hartazgo de éstas quedaban dibujados en
las respuestas que daban ante cualquier insinuación de
reconstruir su vida volviéndose a casar. ¡casarme yo tururú!
Respuesta que daban muchísimas mujeres, bien casadas, y no
precisamente porque su hijo represente generalmente su
negación como persona al anteponer los intereses de éste a
sus propios intereses, cosa que habitualmente hacen las
madres y algún que otro varón cuyas excepciones confirman la
reglas, de que la verdadera mantenedora del clan es la
mujer, como es fácilmente comprobable en muchísimos lugares
de nuestro planeta donde subsiste el matriarcado.
Siendo éste y no otro el verdadero problema de la mujer ante
el empleo. El nato, es la negación de la mujer como tal … ya
que como madre antepone las necesidades del nacido … a sus
propios intereses y necesidades.
Ahora bien, la sociedad…el Estado, tiene que ser conocedor
de esta máxima que prima en la mujer. Como también tiene que
ser conocedor de la necesidad de la renovación del conjunto
social mediante su incremento demográfico, si no queremos
que se extinga nuestra civilización, como se extinguió la de
las Amazonas, en la primera revolución orquestada por las
mujeres comandadas por Marpesia, hartas de estar hartas de
soportar a los hombres, su trato o maltrato, los manda a
hacer puñetas, a lavar la ropa y hacer la comida, mientras
ellas se van hacer la guerra y a conquistar mundos.
La animadversión de las amazonas hacia los hombre era tal,
que tan solo mantenían relaciones para no extinguirse, pero
eso sí, siempre que del parto naciese hembra, porque si era
macho o se lo llevaba al padre o acababa con su vida, lo que
al final produjo su extinción.
Sin llegar a los extremos expuestos, tenemos que reconocer,
por lo menos los de mi generación que poco hemos contribuido
en la revolución mantenida por la mujer en los últimos
cincuenta años en España. Y que si la mujer española comenzó
a subir la escalera para obtener su identidad como ser
individual y persona, lo realizó sin nuestra ayuda y con
bastante oposición.
Por lo que ya es hora de que empecemos a colaborar con ellas
para que consigan a través del Estado que es el máximo
benefactor de sus condicionantes fisiológicos y sicológicos,
las ayudas necesarias para que estas características de la
mujer no supongan una carga para el empleador, ni para ella
misma, ni para su pareja y esto lo digo desde el
convencimiento que tengo de que la mayoría de los varones
afirmamos que en nuestra evolución no quedaba contemplado
que diésemos el biberón a los niños, cambiásemos los pañales
, mantuviésemos la limpieza de la casa y no cogiésemos el
mando de la TV.
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