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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 14 DE ABRIL DE 2010

 
OPINIÓN / EL 7º DE MICHIGAN

Ceutalingrado

Por Fidel Raso


La última vez que me crucé con militares rusos por la calle fue hace casi 20 años y el encuentro tuvo lugar en el propio Moscú. El Muro de Berlín acababa de caer (1989) y me enviaron a cubrir las primeras elecciones democráticas que iban a tener los rusos en su historia y tras casi un siglo como ciudadanos camaradas de la URSS (1917-1991), por lo que tuve el privilegio de ser uno de los últimos periodistas que visitaron aquel elefantiásico conglomerado de “países” socialistas soviéticos.

Durante mi estancia la capital de aquella superpotencia en lo nuclear, que no en lo social, pude comprobar cómo mis interlocutores despreciaban mayoritariamente aquel sistema político que además de corrupto en sus clases dirigentes había sido incapaz de establecer una economía real que dejase de ser teórica para poner en práctica el estado social que propugnaba; un sistema económico paranoico que, entre otras cosas, había dejado sobre los campos rusos miles de tractores inutilizables por falta de repuestos al ser estos una producción menor que no se valoraba con suficiente mérito para las medallas productivas o que obligaba a sembrar en los campos nevados porque así lo decía el plan quinquenal dentro de sus estándares de obligado cumplimiento.

En aquel año de 1991 la simbología comunista ya quedaba relegada a los viejos miembros del ‘aparatik’, mientras el pueblo moscovita que yo veía salía a la calle en demanda de libertad y a la búsqueda de nuevas referencias que le llegaban desde occidente con nuevos símbolos. A nadie se le hubiera ocurrido en el corazón de aquel Moscú haber puesto un viejo coche Travant o Skoda en circulación con altavoces por los que sonase ‘La Internacional’, por poner un ejemplo. Acudí a muchas manifestaciones que se aglutinaban en torno a nuevos movimientos políticos y también a nuevos periódicos que arrinconaron enseguida al diario oficial ‘Pravda’ (Verdad). De todo aquello recuerdo especialmente una reflexión entre viejos militantes comunistas en un piso de la cosmopolita calle Arbat: “Si nosotros ganamos la guerra (2ª GM) y los alemanes la perdieron, ¿por qué los alemanes viven mejor que nosotros?”. Sólo pude responder con mi silencio en esas circunstancias.

Los hijos de algunas de aquellas personas que me expresaron aquel deseo resumido en poder vivir “como los alemanes” bien podrían haber venido como militares rusos en el barco que ha atracado en Ceuta. Aquellos que despreciaban a la corrupta cúpula sindical y política compuesta en muchos casos por funcionarios del engaño hubieran saltado sobre sus pancartas de libertad si alguien les hubiera puesto ‘La Internacional’ como respuesta a su gritos de cambio político y económico. Aquella gente había crecido con el sueño impuesto de que algún día “la encallecida mano del obrero apretaría el almidonado cuello del burgués” para que la plusvalía del capital fuera al pueblo y el pueblo fuera libre. Tuvieron que pasar casi 70 años desde 1917 para que descubrieran el engaño de los corruptos sindicalistas y dirigentes del Partido. Aquellos que arrebataron las banderas y la letra de la canción más revolucionaria por la que muchas personas dejaron su vida se enriquecieron sodomizando al pueblo a través de sus escritos panfletarios en el ‘Pravda’ de turno o sencillamente mandándoles el KGB, o la STASI a su casa al amanecer o, también, reprimiendo la libertad con la terrorífica OMOM o Policía Popular.

Los militares rusos tuvieron ocasión de ver la manifestación que recorre el centro de Ceuta desde hace dos meses. No le prestaron mucha atención más allá de tomar unas fotos entre tienda y tienda, a pesar de que a la manifestación no le faltaba ni el color rojo de sus banderas ni ‘La Internacional’. Quizás porque las tiendas ceutíes les acercaron más a aquel sueño de ser “como los alemanes”, mientras la manifestación roja les traía el pasado de la mano de una hipotética Ceutalingrado.
 

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