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OPINIÓN - MARTES, 18 DE MAYO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

El poder es el más fuerte de los afrodisíacos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A los hombres hay que juzgarles según su infierno. Es cita que comparto. En momentos donde la crisis económica parece que es la gran pira dispuesta para que José Luis Rodríguez Zapatero arda como un endemoniado. A quien no se culpa de semejante decadencia económica, faltaría más, sino que se le condena por no haber puesto a tiempo los medios suficientes para paliarla. Pues atajarla nunca estuvo ni estará a su alcance. En estos momentos, repito, me acuerdo del infierno por el cual pasaron otros presidentes.

A Suárez, en toda su gloria, se le subió el poderío a la cabeza. Lo cual y aunque ya suene a tópico, es normal; si nos atenemos a lo que dicen del poder: que es el más fuerte de los afrodisíacos. Y es que, llegado a un punto, cuando ya su obra podía considerarse concluida, Suárez se resistió a admitir que ya había cumplido su ciclo. Y entonces, no sólo le abandonaron los suyos, barones traidores y oportunistas en muchos casos, sino que hasta Carmen Díez Rivera, tan entregada a él como jefa de la secretaría, lo tachó de ambicioso y manipulador ante las autoridades británicas. De tal infierno nos quedó su gallarda estampa ante la irrupción del golpista Tejero en el Congreso de los Diputados.

Cuando parecía que íbamos a echar de menos la figura de un Suárez apuesto, simpático, locuaz, maniobrero, surgió la personalidad arrolladora de Felipe González. Quien, con hábil pulso y sentido de la jugada, situó su partido en el centro y ganó las elecciones de calle. Y, además, lo hizo convenciendo a los políticos más izquierdistas de la época que si no aceptaban su juego lo iban a tener crudo en todos los sentidos. Y es que FG lo tenía todo atado y bien atado con El Gran Hermano americano; o sea, con el gran capital. Y por si no lo entendían, tanto propios como extraños, no tuvo el menor inconveniente en aclarar la situación: “Prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York que un campo de concentración de Rusia”. González tuvo su infierno después de celebrarse los fastos de la Expo y la Olimpiada del 92, en los que el gobierno tiró la casa por la ventana. Padeció, cómo no, su crisis económica. Algo inherente a una España que siempre ha sido un país pobre. Sufrió el drama de tener tres millones de parados y el consiguiente malestar social. Apareció la corrupción. Y el descrédito del gobierno llegó por medio de Juan Guerra, Filesa, Roldán, GAL, fondos reservados, etcétera. De cuando Felipe González era candidato a ser pasto de las llamas, nos queda la certeza de que éste ha sido el mayor talento político de nuestro siglo.

José María Aznar parecía que no estaba destinado a ser nadie como político. Bajito, con tiques que dejaban ver complejos no neutralizados, supo, sin embargo, dar la talla cual político maduro, sereno y equilibrado. La pena fue que le permitieron poner las piernas encima de una mesa del rancho de los Bush y se creyó el rey del mundo. Su infierno fue Iraq y elegir a Rajoy como su sucesor.

Volvemos a Zapatero. Su momento infernal se debe que el capital le había dicho muchas veces que estaba equivocado. Y él, no obstante, siguió convencido de que los ricos hablaban por hablar. Y no dudó en seguir faroleando. Ahora, los poderosos le han echado un órdago que lo ha dejado tocado de un ala. Si vuelve a volar, misión que se nos antoja imposible, habrá que rendirle pleitesía.
 

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