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OPINIÓN - DOMINGO, 30 DE MAYO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Fernando Jover Cao de Benos de Les


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Si fuera banquero, la gente diría que yo le he venido gratificando muchas veces con la posesión de ciertas virtudes con la esperanza de que sabría producir los fondos a él encargados por mí. De la misma manera que si fuera alcalde me tacharían de haberle destacado buenas cualidades para hacerme merecedor de prebendas. Pero Fernando Jover nunca ha sido banquero y tampoco alcalde. Aunque lo segundo es una aspiración que siempre ha tenido en mente. Y que imagino que con el paso de los años habrá ido cediendo. Por más que en sueños se vea en ocasiones ejerciendo de monterilla en cualquier rincón perdido, cuando se jubile. Nunca es tarde...

A Fernando Jover Cao de Benos de Les (apellidos que he dicho siempre que parecen salidos de los interiores de un castillo) le he tratado siempre de la mejor manera posible. Y no me pregunten por las razones que he tenido. Ya que me sería imposible dar ni una respuesta válida para justificar ese buen trato que le he dispensado durante tantos años.

A Fernando Jover Cao de Benos de Les -¡menudos apellidos para lucir un generalato! Otra de sus pasiones- le conozco yo hace ya la tira de tiempo. De cuando él creía que era capaz de llevarse a la gente de calle. Y que ello le valdría para convertirse en un político de fuste. Pero tuvo la mala suerte de que los votantes nunca se dieron cuenta de su valía.

Con FJ me lo he pasado yo la mar de bien cuando visitaba el famoso ‘Rincón’ de la barra del Hotel La Muralla. Dado que el catedrático de Matemáticas de Enseñanza Secundaria era siempre de conversación animada y chispeante. Es decir, que sacaba matricula de honor como dicharachero. Y, desde luego, debo resaltar que FJ cumplía con el punto más importante recogido en los estatutos de la tertulia: “Antes de irse pagar”. Cumplía, además, con largueza. Lo cual le daba derecho, de cuando en cuando, a decir las cuatro guasas que le hubieran sido reprochadas, por ejemplo, a los que jamás pagaban. Que eran varios y ocupaban cargos importantes en aquella Ceuta de cuando principiaba la década de los ochenta.

No obstante, o sea, a pesar de que a mí me agradaba sobremanera estar presente en la tertulia cuando FJ se salía de madre y, no pudiendo hablar en román paladino, se ponía irónico, burlesco y sarcástico, hasta que alguien respondía acordándose de los muertos de Quevedo, nunca mis relaciones con FJ fueron de amistad. Sino que se mantuvieron flotando en una zona de nadie y carente de consistencia como para que el estado de conocidos hubiera ido progresando hasta concluir en una buena amistad.

De hecho, cuando el GIL llegó a la ciudad y FJ, con todo el derecho del mundo, decidió apoyar a los ‘gilistas’ en todos los sentidos, por estar convencido de que era la mejor solución para los intereses de esta tierra a la que tanto quiere, nuestra relación como conocidos se fue diluyendo; debido a que mis escritos contrarios al GIL no le hacían a él ni pizca de gracia.

Menos mal que, cuando lo del GIL acabó como acabó, Fernando y yo recuperamos nuevamente la conversación. Ahora, sin embargo, tengo la impresión de que el Director Asociado de la UNED de Ceuta ha vuelto a creer que yo le tengo manía. Y lo primero que ha hecho es ponerme cara de estreñido. Y le sienta fatal.
 

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